“Los bienaventurados verán en el reino celestial las penas de los condenados, para que su bienaventuranza les satisfaga más”.
Tomás de Aquino, Padre de la Iglesia (Suma teológica, cuestión 94, artículo 1)
“A mí me parece que Dante cometió un grosero error al poner (…) sobre la
puerta de su infierno la inscripción “también a mí me creó el amor eterno”;
sobre la puerta del paraíso cristiano y de su “bienaventuranza eterna” podría
estar en todo caso, con mejor derecho, la inscripción “también a mí me creó el
odio eterno”
Friedrich Nietzsche,
Filólogo y Filósofo moderno (Genealogía
de la moral, Tratado Primero, artículo 15)
“¿Por qué criticas mi fe? El cristianismo es bueno, predica el amor a los demás”. En efecto, ésta es la posible respuesta de un cristiano para justificar sus creencias y su adhesión a la doctrina a través de una moral supuestamente intachable, tal como validan su propia moral a través de creencias doctrinales de que su ética proviene de una
revelación divina, estableciendo así que la moral cristiana es superior a la
ética secular que regula las relaciones sociales. La limpieza
de imagen ha sido tal, que en Occidente suelen asociarse al cristianismo el amor al prójimo y el mismo concepto de “prójimo”. ¡Y cómo no! La Biblia está plagada de la palabra “amor”, tanto del amor de Dios y del Dios que es amor, como del amor a los demás, el perdón, la misericordia y la caridad. El problema es que esto es un engaño. El cristianismo no es la doctrina del amor; es la doctrina del odio y la segregación. Cuando la Iglesia y/o sus
autoridades han predicado o fomentado el odio de diversas formas, a lo largo de
la historia, incluso hoy, los católicos más moderados sostienen que “se han
apartado del amor de Dios”, pero que esa “Iglesia formada por personas” aun así
es iluminada por el Espíritu
Santo. Pero la verdad es que el odio promovido por los
fundamentalistas es absolutamente consecuente con la doctrina cristiana. Son
los “moderados” los que, amparados en una cómoda ignorancia de su religión,
combinan la vida del creyente con la vida secular según les acomode mediante un
rechazo explícito a su fe, justificado en excusas e interpolaciones personales,
las cuales varían de un sujeto a otro. Pero tanto el papa que predica A como el
papa que predica Z, el creyente moderado o el fundamentalista, todos, adaptando
la doctrina o siendo fieles a ella, se autovalidan éticamente mediante la
autoridad de su dios. Tal como remeda Nietzsche (Genealogía de la moral, Tratado
Primero, punto 14): “pues ellos no
saben lo que hacen, ¡únicamente nosotros sabemos lo que ellos hacen”. Así, no se trata de que “el cura Gatica predica pero
no practica”, sino del pregonamiento sistemático de odio y segregación desde la
misma doctrina.
Antes que nada, debemos aclarar que el amor NO es un invento del cristianismo, que históricamente ha suprimido un sinfín de religiones mediante la fuerza,
condenando a los paganos al purgatorio e incluso destruyendo todo rastro de
esas culturas. El amor es inevitable en el ser humano en la medida en que
desarrollamos apego hacia otros.