“Los bienaventurados verán en el reino celestial las penas de los condenados, para que su bienaventuranza les satisfaga más”.
Tomás de Aquino, Padre de la Iglesia (Suma teológica, cuestión 94, artículo 1)
“A mí me parece que Dante cometió un grosero error al poner (…) sobre la
puerta de su infierno la inscripción “también a mí me creó el amor eterno”;
sobre la puerta del paraíso cristiano y de su “bienaventuranza eterna” podría
estar en todo caso, con mejor derecho, la inscripción “también a mí me creó el
odio eterno”
Friedrich Nietzsche,
Filólogo y Filósofo moderno (Genealogía
de la moral, Tratado Primero, artículo 15)
“¿Por qué criticas mi fe? El cristianismo es bueno, predica el amor a los demás”. En efecto, ésta es la posible respuesta de un cristiano para justificar sus creencias y su adhesión a la doctrina a través de una moral supuestamente intachable, tal como validan su propia moral a través de creencias doctrinales de que su ética proviene de una
revelación divina, estableciendo así que la moral cristiana es superior a la
ética secular que regula las relaciones sociales. La limpieza
de imagen ha sido tal, que en Occidente suelen asociarse al cristianismo el amor al prójimo y el mismo concepto de “prójimo”. ¡Y cómo no! La Biblia está plagada de la palabra “amor”, tanto del amor de Dios y del Dios que es amor, como del amor a los demás, el perdón, la misericordia y la caridad. El problema es que esto es un engaño. El cristianismo no es la doctrina del amor; es la doctrina del odio y la segregación. Cuando la Iglesia y/o sus
autoridades han predicado o fomentado el odio de diversas formas, a lo largo de
la historia, incluso hoy, los católicos más moderados sostienen que “se han
apartado del amor de Dios”, pero que esa “Iglesia formada por personas” aun así
es iluminada por el Espíritu
Santo. Pero la verdad es que el odio promovido por los
fundamentalistas es absolutamente consecuente con la doctrina cristiana. Son
los “moderados” los que, amparados en una cómoda ignorancia de su religión,
combinan la vida del creyente con la vida secular según les acomode mediante un
rechazo explícito a su fe, justificado en excusas e interpolaciones personales,
las cuales varían de un sujeto a otro. Pero tanto el papa que predica A como el
papa que predica Z, el creyente moderado o el fundamentalista, todos, adaptando
la doctrina o siendo fieles a ella, se autovalidan éticamente mediante la
autoridad de su dios. Tal como remeda Nietzsche (Genealogía de la moral, Tratado
Primero, punto 14): “pues ellos no
saben lo que hacen, ¡únicamente nosotros sabemos lo que ellos hacen”. Así, no se trata de que “el cura Gatica predica pero
no practica”, sino del pregonamiento sistemático de odio y segregación desde la
misma doctrina.
Antes que nada, debemos aclarar que el amor NO es un invento del cristianismo, que históricamente ha suprimido un sinfín de religiones mediante la fuerza,
condenando a los paganos al purgatorio e incluso destruyendo todo rastro de
esas culturas. El amor es inevitable en el ser humano en la medida en que
desarrollamos apego hacia otros.
">Para analizar todas las formas de odio cristiano comenzaremos por la más básica, el odio hacia uno mismo: la culpa, con énfasis en la bajeza humana; la negación del valor humano; la disociación de la naturaleza humana atribuyendo todo lo valioso a Dios y toda maldad al hombre; la esclavitud del pecado, el pecado de ser humano (llamado también Pecado Original) y la insignificancia ante un dios omnipotente y juzgador que surge de una mezcla entre helenismo y semitismo, lo que permitió que Pablo atribuyera al nazareno cualidades divinas y la promesa de un reino venidero, lo que derivaría en la creencia de que todos (toda persona de cualquier época) somos responsables nada menos que del asesinato de Dios, pues Él mismo lo planeó “por todos nosotros” (y sin que nadie se lo pidiera), Esta construcción paulina deriva también en la desvaloración de la vida terrena y real, pues toda injusticia en el mundo sería enmendada en una vida sobrenatural. Esta doctrina traería a Occidente la amenaza de la tortura eterna de la propia alma, aunque la resignación y pasividad podrían hacer merecedores a los creyentes de lo que Nietzsche llama un “desquite” en el otro reino invisible. Cabe destacar que el Diablo, una especie de cuco para adultos que, como amenaza, modera su comportamiento, también es un invento de Pablo, pues en el contexto y cultura de Cristo los “demonios” eran los dioses de los otros pueblos. Pero no es momento en este artículo para profundizar en el génesis histórico del cristianismo.
">Para analizar todas las formas de odio cristiano comenzaremos por la más básica, el odio hacia uno mismo: la culpa, con énfasis en la bajeza humana; la negación del valor humano; la disociación de la naturaleza humana atribuyendo todo lo valioso a Dios y toda maldad al hombre; la esclavitud del pecado, el pecado de ser humano (llamado también Pecado Original) y la insignificancia ante un dios omnipotente y juzgador que surge de una mezcla entre helenismo y semitismo, lo que permitió que Pablo atribuyera al nazareno cualidades divinas y la promesa de un reino venidero, lo que derivaría en la creencia de que todos (toda persona de cualquier época) somos responsables nada menos que del asesinato de Dios, pues Él mismo lo planeó “por todos nosotros” (y sin que nadie se lo pidiera), Esta construcción paulina deriva también en la desvaloración de la vida terrena y real, pues toda injusticia en el mundo sería enmendada en una vida sobrenatural. Esta doctrina traería a Occidente la amenaza de la tortura eterna de la propia alma, aunque la resignación y pasividad podrían hacer merecedores a los creyentes de lo que Nietzsche llama un “desquite” en el otro reino invisible. Cabe destacar que el Diablo, una especie de cuco para adultos que, como amenaza, modera su comportamiento, también es un invento de Pablo, pues en el contexto y cultura de Cristo los “demonios” eran los dioses de los otros pueblos. Pero no es momento en este artículo para profundizar en el génesis histórico del cristianismo.
La otra forma de odio, por supuesto, es hacia los demás, el gran tema religioso de la salvación exclusiva y excluyente (“no
pueden salvarse quienes, conociendo la Iglesia como fundada por Cristo y
necesaria para la salvación, no entran y no perseveran en ella”, según reza el Catecismo Oficial del
Vaticano, o bien,
“todo aquél que conoce a la Iglesia Católica y no adhiere a ella, niega su
propia salvación”, de acuerdo a la versión anterior). Mediante el
bautismo, la Iglesia establece una diferencia entre un “nosotros” (los buenos,
los justos) y un “los otros”. Los bautizados son aquéllos a quienes “se les
devuelve la semejanza con Dios” pese al pecado en el que nacieron. Los otros
(paganos, ateos) son “los pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas
del error”, como rezan a la Virgen para que convierta a aquellas personas en
“nosotros”, “los buenos y justos que tenemos la razón, los que podemos
salvarnos del castigo adjudicado por una falta que es un misterio”.
Es
así que la práctica de evaluar, juzgar y condenar a otros bajo el convencimiento de que los principios morales referentes están validados por Dios y su Justicia infaliblemente justa deriva directamente de su doctrina, la cual se
asume inspirada y no sujeta a revisión, y valida a los creyentes en su lucha
contra “el Señor de este mundo”. Esta autovalidación ética mediante la fe ha operado desde el quemar cientos de brujas y herejes en la hoguera, liderar guerras, liquidar la cultura de pueblos enteros y todo rastro de su patrimonio, hasta someter a juicio social a una adolescente embarazada, y también a la que utiliza métodos anticonceptivos para no embarazarse. Todo esto validado por las
autoridades de las iglesias cristianas, ejecutado en nombre de Cristo y, en el
caso de los papas católicos, bajo la orden directa del Vicario de Cristo,
quien, según la doctrina, goza de la infalibilidad del mismo Jesús al
pronunciarse sobre temas morales. El genocidio, el
exterminio, la dominación por la fuerza bruta, el apoyo por acción u omisión a dictaduras
fascistas y al régimen nazi (pues eran dictadores devotos de la Virgen y no
ateos como los dictadores comunistas)
y el tabú, reproche y represión constante a la sexualidad (algo intrínseco de nuestra biología) en todas sus aristas son sólo algunos ejemplos de las consecuencias del“amor” cristiano y su doctrina “amorosa”
aplicada en la praxis, en desmedro de la convivencia, incluso hoy, en nuestro
país, violentando constantemente los
valores seculares de Occidente y la separación entre esta religión y el Estado
moderno. Esto, en Chile, al punto que pastores tienen injerencia en lo
que nuestros gobernantes legislan, afectando
el bien común de una sociedad civil.
El génesis del problema radica a nivel de sistema, en la fórmula del código ético que impera en Occidente bajo el precepto que, a desaprobar algo (X), agrega la no aprobación hacia todos cuantos no compartan mi juicio de valor sobre X. Lo podemos resumir asi: (1) Yo desapruebo X. (2) Desapruebo que tú X y lo prohíbo. (3) Te desapruebo a ti. Éste es un razonamiento arbitrario, carente de lógica y nefasto para la vida en sociedad y las relaciones humanas. Evidentemente, no estamos hablando de las normas que rigen la sociedad civil, sino que lo aplican a las normas autónomas, invadiendo y destruyendo continuamente la libertad ajena.
Por “juicio de valor” se entiende una apreciación subjetiva, referente a normas autónomas, que no debería derivar en una acción o sanción civil ni social. Los cristianos, lejos de comprender esto, otorgan a sus propios juicios de valor un carácter absoluto y también de referente para evaluar la conducta de todos cuantos los rodean. Esta actitud inquisidora no respeta los ámbitos público/privado, ni leyes civiles/leyes autónomas, ni la diversidad, ni la valoración del otro con el mismo valor que se otorga uno mismo, sino que demuestra la incapacidad del
cristianismo de actualizarse a que ya no son el oficialismo de Occidente como lo
fueron durante siglos. Queda de manifiesto también que no
respetan la premisa básica de "No hacer a los demás lo que no quiero que
me hagan a mí", la cual no es originariamente cristiana y reviste un
carácter pasivo. Los cristianos la convirtieron en "Haz a los demás lo que
quieras que te hagan a ti mismo", la cual reviste un carácter impositivo
pues uno no tiene cómo saber qué quiere el resto, por lo que asumen que lo
mejor para el otro son los principios propios (ellos deben desear lo Bueno, lo
dicho por mi Dios) y justifican la imposición de sus principios al resto bajo
la premisa de que todos estamos sometidos a su dios. Y aunque resulta casi
imposible disociar la moral cristiana de la cultura occidental, motivo por el
cual ha contaminado incluso las relaciones humanas (lo que profundizaré en otro
artículo), ciertamente vemos que la intolerancia abunda
en las personas religiosas, educadas en
que son poseedoras de la Verdad, por no mencionar a los que siguen a pastores o curas traumados con el diablo o con las mujeres, o al papa católico actual, que muestra una nula capacidad de tolerancia religiosa, al punto de condenar a todos cuantos se aparten de la Verdad (catolicismo), especialmente a los judíos. Esto al punto de que en el año 2007
Benedicto reintrodujo a la misa de Viernes Santo una polémica, despectiva y
hace décadas suprimida oración por la conversión de los
judíos, recordando así, junto a la Pasión de Cristo, que
ellos, los asesinos de Dios, son los peores entre los paganos. Esta intolerancia religiosa por parte del líder
católico es gravísima, no sólo porque la religión ha sido uno de los principales motivos para hacer la guerra (junto a la economía y el territorio), sino porque el papa suele reunirse con los dirigentes mundiales nada menos que para "aconsejarlos" (en provecho del propio Estado Vaticano, su religión y sus redes de influencia).
Revisemos
ahora casos concretos de cómo los cristianos predican el odio y lo practican
mediante la segregación, muy de acuerdo a la doctrina de aquella ideología. La religión cristiana, principalmente la católica, han llevado al extremo las formas de odio más nocivas de la religión judía antigua, tales como la homofobia, el sexismo,
la segregación, la condena a otras religiones y pueblos, y la culpa. Pondría énfasis en la censura de la sexualidad como pecado, para
afianzar la culpa, e incorporaría el antisemitismo. Pero mantendría el carácter
divino de estas formas de odio como “prescritas por Dios”. La doctrina cristiana, basándose en textos que consideran inspirados por su dios por dogma y bajo ninguna duda, segrega a homosexuales, mujeres, separados, divorciados, y a los no casados (por la Iglesia, pues no reconocen el matrimonio ante el
Estado) que conviven o tienen sexo, bajo el cargo de “fornicación”, para quienes tienen relaciones
sexuales no maritales, y “concubinato”, para las parejas
que además viven bajo el mismo techo. También segregan a los hijos de homosexuales, separados, divorciados y no casados (incluso para entrar a un colegio), y a todos los no creyentes en aquel dios, sean éstos ateos o de religiones no
cristanas, a quienes se les niega el Paraíso cristiano y la bienaventuranza eterna, tal como he
señalado. La Iglesia Católica, hoy en día, ha realizado en Chile campañas contra el divorcio en
desmedro de los hijos de divorciados y separados. Ha realizado, junto a otras
iglesias cristianas, manifestaciones continuas contra el matrimonio e incluso la convivencia gay, tanto en Argentina como en nuestro país, Paraguay, EEUU y el mundo entero, intentando obstaculizar la
legislación civil y secular bajo la premisa de que el acto homosexual es una
aberración antinatura (basándose en la ignorancia del Derecho Canónico), lo que
convertiría a hombres y mujeres homosexuales en personas enfermas, que sólo
pueden salvar su alma mediante el celibato, y que pueden ser “rehabilitados” en
personas heterosexuales mediante la oración o la sicoterapia de sicólogos
provenientes de universidades católicas. Incluso, en su campaña de demonización de la
homosexualidad, la Iglesia, evadiendo su responsabilidad en el ocultamiento de
actos de pederastia, ha
insistido en que la pedofilia y pederastia son producto de la homosexualidad,
desviando así su culpa hacia un sector de la sociedad completamente inocente. Más
aún, el
Vaticano niega el sacerdocio a hombres homosexuales, aunque éstos sean célibes.
Siguiendo en materia de género, siendo la ICAR una institución formada por hombres, ha determinado en el derecho eclesiástico del Vaticano que el sacerdocio femenino es un
crimen de gravedad comparable a los abusos sexuales a menores. Sin embargo, podemos apreciar que el sacerdocio
femenino es castigado más duramente, lo que podemos corroborar en el hecho de que una mujer que celebre misa es
excomulgada ipso facto
bajo el canon 1378.2, al ser considerado este acto como un atentado contra un orden que no tiene fundamento
teológico alguno (los argumentos varían y rayan en lo grotesco, desde que Jesús
era hombre a que la mujer es incapaz de guardar el secreto de Confesión) pero
que se ha legitimado por Tradición. En cambio, un sacerdote que entró a cura para poder violar niños, no sólo cuenta con protección y ocultamiento de sus actos pederastas por parte de la ICAR, al punto de obstruir la justicia civil, sino que, cuando el ocultamiento ya no es posible y el criminal es condenado por la ley civil, a aquel sacerdote ni siquiera se le suspenden sus funciones ministeriales o sacerdotales (como es el caso de Fernando
Karadima). Puede seguir consagrando y realizando el “milagro” de la transubstanciación. Éste es un ejemplo de la valoración sexista de la institución sacerdotal en materia de género. Hay que mencionar que, si bien los sacerdotes
pederastas mantienen sus funciones sacerdotales, el sacerdote argentino José
Nicolás Alessio fue sometido
a juicio canónico y expulsado de la Iglesia sólo por apoyar el proyecto de ley
de matrimonio homosexual.
Así,
si usted es mujer y celebra misa como cientos de miles de hombres hacen a
diario, queda excomulgada. Si se separa de su marido, vive en pecado. Si vuelve
a tener pareja, comete los delitos de adulterio y fornicación, de acuerdo al
Derecho Canónico. Si aborta, dese también por excomulgada (canon 1398). El
Antiguo Testamento y las cartas de Pablo, libros considerados de autoría
divina, legitiman la supremacía masculina por sobre la mujer, como propiedad
incluso, del padre o el marido (Éxodo y Levítico), así como consideran la
homosexualidad como abominación (Lev 18,22), y le imponen pena de muerte (Lev
20,13), así como a diversos pecados exclusivos del sexo femenino. Si usted es
homosexual, debe vivir en perpetua soltería y celibato, y rechazarse a usted
mismo y a su sexualidad natural con el mismo ímpetu de quienes lo fuerzan a
ello. O pueden también homosexuales y mujeres no ser cristianos, claro. Si
usted es cristiano y no está de acuerdo con estos aspectos doctrinales, vive
una contradicción pues los tres pilares del cristianismo han sido siempre la
dominación de las mujeres, el reproche a la sexualidad en todas sus aristas, y
la culpa.
Todo el Antiguo Testamento habla de un dios exclusivo de su pueblo, al cual eligió arbitrariamente para “salvarlo” (y también castigarlo dura y continuamente movido por
los celos hacia otros dioses). Se prohibía el trato con los no judíos, idea que
retomarían los católicos sobre el contacto con judíos y musulmanes, y más
actualmente, con ateos o comunistas. El cristianismo se adjudicaría la misma
exclusividad de su dios y su salvación, y más allá de lo justificable en el
monoteísmo, desarrollaría la doctrina de la culpa, principalmente en materia de
sexualidad, pues ésta es común a todo ser humano. El objetivo de esto siempre
fue legitimar un orden social y ejercer control sobre él.
Pero
podemos apreciar que la salvación cristiana tiene un carácter selectivo incluso para los creyentes, llegando a negar la salvación y el funeral a los suicidas, situación que cambió recientemente pero sin convencer ni a los sacerdotes ni a los laicos más que parcialmente, debido a la creencia, comúnmente aceptada entre los creyentes, de que los muertos requieren misas y ritos de nuestra parte para enfrentar el duro Tribunal Celestial y poder así descansar en paz. O el antiguo envío al limbo de los bebés no bautizados, a los cuales cualquier laico podía bautizar pronunciando “te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, pero anulándose el bautismo si la persona olvidaba pronunciar una “y” de la invocación trinitaria. A la inversa, la venta de bulas otorgaba acceso a la salvación a la gente más rica, en desmedro de los que no podían
pagar a la Iglesia por la salvación de su alma. Mientras que los mágicos (y costosos) escapularios marianos la otorgaban a cualquiera que usara este amuleto al momento de morir.
A esta continua segregación doctrinal y pregonamiento de formas de odio
inaceptables en la sociedad actual, sumemos las guerras, como las Cruzadas, las guerras entre católicos y protestantes en Irlanda, la guerra cristiana, en España, contra judíos y musulmanes, y para resumir: todas las guerras, pues en todas ellas los sacerdotes han bendecido las armas de uno y otro bando para matar con auspicio de Dios. Consideremos también los numerosos asesinatos históricos (incluso de científicos) por parte de la religión católica, iglesia original del cristianismo que predica “el amor” y el odio hacia los protestantes y
paganos. Y consideremos también que, al fomentar y propiciar la ICAR abusos sexuales a menores por parte de sus sacerdotes, tampoco está siendo muy “amorosa”. Fomento que consiste en algo tan simple pero tan efectivo como la impunidad garantizada del crimen y el continuo acceso a menores, incluso después de comenzar a practicar la pederastia. No en vano el fomento durante siglos al abuso sexual es hoy la única explicación del número desproporcionadamente alto de sacerdotes pederastas en relación a cualquier otra profesión u oficio, incluyendo maestros de escuela, quienes también tienen acceso a niños, pero no presentan como gremio el problema de desviaciones sexuales de los ministros católicos. Incluso hoy, en plena crisis de la Iglesia frente a este tema –ya que el Papa Benedicto no logró seguir ocultando y garantizando impunidad a la pederastia con la eficacia que tuvo él mismo durante el mandato de su predecesor– las autoridades eclesiales realizan declaraciones como la del
Cardenal Medina en nuestro país, quien determinó que los abusos sexuales de Karadima eran tan sólo un asunto entre homosexuales. Hay numerosas declaraciones de este tipo, donde las autoridades que permitieron
los abusos se refieren a sus víctimas como “poco infantiles”, o “físicamente
maduras”, pero me quedo con la declaración del Obispo de Tenerife, en España, quien afirma directamente que la culpa de los abusos la tienen los niños, por seducir a los sacerdotes. Y la guinda de la torta es el mismo papa Ratzinger, quien
señaló que en su época (hasta los años 70) esta situación era normal y no había ningún reproche a que un sacerdote sometiera a menores a prácticas sexuales, sino que se realizaba en conformidad tanto
del niño como del adulto. Es decir, corrobora que la práctica católica de incluso sodomizar a los pequeños feligreses o alumnos es milenaria. Es increíble la nula capacidad autocrítica de la institucionalidad católica, aunque no debería sorprendernos si sabemos que ningún aspecto de su doctrina está sujeto a error o revisión. Ciertamente el abuso sexual a menores es una
antigua práctica en la Iglesia. En la época actual, ante la masificación de la
prensa, la comunicación y la información a través de Internet, ante el
surgimiento de una ley civil y secular, las autoridades de la Iglesia Católica
optaron por obstruir la justicia, actuando como encubridores de estos crímenes,
pero pese a ello éstos salieron a la luz. La quiebra de la Iglesia
irlandesa, producto
de indemnizaciones millonarias, es el menor de sus problemas. Sabemos que sólo
en EEUU hay 100.000 víctimas de sacerdotes católicos, y una agrupación internacional
de víctimas ha interpuesto ante la Corte Penal Internacional una demanda contra el papa Ratzinger
y tres cardenales, bajo el cargo de crímenes de lesa humanidad, categoría en la que entran la violación sexual
sistemática, los crímenes sexuales y la tortura sicológica, como ocurre en
estos casos.
De más está mencionar que el acto pederasta no surge de un impulso impremeditado como podría ser un crimen pasional o un homicidio durante una pelea. No se trata de personas “enfermas” incapaces de contenerse. El pederasta, para poder actuar impune, debe realizar un trabajo sicológico con su víctima, consistente en elegirla bien (preferentemente un niño o niña solitario y retraído), en un acercamiento al menor, en crear una relación de autoridad, pero cercana y amistosa con él, en hacerlo sentir culpable planteándose el pederasta como salvador, en seducirlo de manera que el menor crea que es el culpable de lo que le fuerzan a hacer, en amenazarlo inteligentemente para que no hable, y finalmente, mantener esa relación de dominio y tortura durante el mayor tiempo posible. Ciertamente, tal como el sacerdocio católico es el mejor clóset para un homosexual no reconocido, también otorga al pederasta (condición NO relacionada con la
homosexualidad, pese a las declaraciones del vaticano) las mejores herramientas que busca: acceso a menores con una pantalla de autoridad espiritual y divina, infalibilidad moral, confianza, irreprochabilidad ante terceros y, si agregamos a la institución religiosa más poderosa del mundo cubriendo sus crímenes, tenemos la respuesta de por qué los pederastas prefieren el sacerdocio católico antes que cualquier otro oficio.
Entonces
se preguntarán: Si el cristianismo predica y practica el odio y la segregación,
¿por qué usualmente se asume que predican y practican el amor? La respuesta
está en los evangelios. Los evangelistas canónicos se basaron en la doctrina de
Pablo al escribir sus textos, y no en relatos más directos sobre Jesús,
especialmente Marcos, el más antiguo de los cuatro. Aunque no hay evidencia
suficiente de que haya existido un Jesús histórico, de haberlo habido, los
evangelios canónicos no son fidedignos ni siquiera con el contexto del supuesto
Jesús, ni con la tradición mesiánica judía ni con su concepción de dios. Pero
construyeron un personaje ficticio que predicaba y practicaba el amor. ¿Qué
hizo el cristianismo ante esto? Siempre han pregonado el odio, pero que su dios
se muestre amoroso en los textos les permite limpiar su imagen pública, ganar adeptos,
pues el cristianismo supuestamente
tiene a Jesús como referente moral (aunque el “Evangelio” real que proviene de
esta ideología sea una “Mala Noticia”). Pero esto no impide que hayan
trastocado incluso el amor que predicaba el evangelista. Han convertido el
“amar a los otros” en un “cambiar al otro”, “adecuarlo a mí y a mi criterio”,
“imponer al otro mis principios”, “mejorarlo”, y en el peor de los casos,
“asesinar al otro para salvar su alma inmortal”, como ha ocurrido en miles de
casos en la historia. Y en el mejor de los casos, “amar al otro” es “lamentarme
y compadecerme de él ya que su ceguera le impide ver sus errores”, “rezar para
cambiarlo a fuerza de oraciones”, o bien, “lo/la amo pese a lo que es, y así ratifico mi virtud”. Todos esto es OPUESTO
al amor como lo entenderíamos si el cristianismo no hubiera contaminado nuestra
convivencia.
Y
el otro ejemplo es la Bienaventuranza. Si bien los códigos morales varían según
la cultura y época, pues son convenciones, hay ciertos parámetros que podríamos
acordar por sentido común, los que compartimos con los otros primates. Podemos
estar de acuerdo en que el sufrimiento, el dolor, la tortura, el hambre, la
miseria la humillación, etc. son algo “malo” o indeseable. Y la felicidad, la
prosperidad, la abundancia, el bienestar, la salud, etc. son algo “bueno”. La
Bienaventuranza invierte esto. El dolor, sufrimiento y miseria serían algo
“bueno” y piadoso, pues es obra de Dios. Curiosamente ese dios se ensaña contra
los suyos, sus fieles, pues los “perversos”
son aquellos que ostentan el poder y no les falta nada, esto aunque no sean
“piadosos”. La esperanza de los oprimidos es el desquite en la otra vida, tal
como indica mi epígrafe de Tomás de Aquino. Su consuelo es que lo
intrínsecamente malo es “bueno” en realidad, pues el cristianismo pregona que
lo malo para el cuerpo es provechoso para el espíritu. La humillación e
impotencia se convierten en “humildad”, y el amor a los enemigos en el consuelo
de una inversión de roles, donde el que vive la miseria es el afortunado y bienaventurado, en otra vida, claro.
Nietzsche es el autor de este planteamiento en la Genealogía de la moral (Tratado primero: “bueno y malvado”, “bueno
y malo”). El filósofo alemán plantea que esta inversión de los valores
originales, realizada por el judaísmo y el cristianismo para reemplazar la
moral de los señores por la “moral de los esclavos”, es el más grande acto de
resentimiento y ODIO en la historia de la humanidad.
Algunos creyentes podrán estar de
acuerdo con mis argumentos, católicos principalmente, a los que llamo
“moderados”, pues tienen según el caso una visión relativamente secular y
crítica, y muchas veces opositora a su religión, pese a la contradicción en su
profesión de fe. Son personas que a veces perciben el odio cristiano en
sacerdotes, cardenales u obispos, convencidos de que pese a ello la religión
cristiana en sí es algo positivo, delegando la Biblia en los curas para no
toparse con pasajes incómodos, viendo el catolicismo como un recurso de
pertenencia social, adecuando el discurso personal para que sea compatible con
la doctrina del odio. En realidad, y a diferencia de otras iglesias
cristianas, el catolicismo romano es la única religión que no requiere observancia ni práctica alguna. No exige en realidad asistir a misa más que a funerales y matrimonios, ni rezar, ni dar el 1%, ni ser observante en forma alguna, ni siquiera en adhesión a creencias doctrinales y dogmas de fe que son considerados incuestionables. Esto es permitido por la ICAR por el motivo de que esta
institución se alimenta de sus creyentes en materia de número, validando así su poder terrenal y su influencia política bajo la premisa de que la gran mayoría de la población de tales y cuales países es católica. Esto al punto de que un ex católico debe
realizar el trámite de la apostasía
para ser sacado de los registros de la Iglesia.
Para concluir, la religión cristiana no sólo predica supuestamente “el amor” predicando y practicando en realidad el odio y la segregación, sino que su “imperfecto” e inconsecuente amor se basa en que Dios es amor puro, amor absoluto, fuente de perdón y misericordia. ¿Es así realmente? De acuerdo al cristianismo, el todopoderoso dios cristiano, omnisciente y omnipresente, al igual que su ego, nos creó para ser adorado. Primero creó el Universo y luego esperó casi 14.000 millones de años para que apareciera el hombre, miles de años más para que surgiera el pueblo semita, para entonces ser adorado y someter a “su pueblo” a sus normas. Los cristianos invocan constantemente a este dios y a “Su Palabra”, supuestamente revelada en ese libro macabro que es la Biblia, para legitimar el odio contra todos con quienes estén ensañados: homosexuales, mujeres, fornicadores/as, propulsores de métodos anticonceptivos, ateos y pecadores de diversa índole (pues el “pecado”, invención cristiana, no sólo se aplica también a los no cristianos, sino especialmente a ellos). Estos fundamentalistas (a diferencia de los moderados) predican y practican el odio en su forma más pura. Como no pueden admitir que lo que sienten es odio, lo disfrazan de Justicia contra los que violentan a su dios (masturbándose, teniendo sexo, siendo judíos, etc.). Este dios, dentro del vasto Universo y las diversas culturas habidas y por existir en la Tierra, de carácter “Absoluto” pese a la amplia gama de dioses inventados en la historia, validaría únicamente el pensamiento, las convenciones y los parámetros morales de los que se hacen llamar “sus seguidores”. Es decir, además de ser un dios antropomorfo con diversas cualidades humanas deseables y no deseables, es (valga la redundancia) un “dios cristiano”, Absoluto pero localista, profesor de la fe cristiana y promotor de todo cuanto estos personajes cristianos promueven. Pese a ser omnisciente y “Creador del Universo”, es un dios tan interesado en nuestros asuntos mundanos que evalúa constantemente todo cuanto hacemos y pensamos. Pues la ley nos juzga por nuestros actos, pero este severo dios “está en todas partes y conoce nuestros corazones”. ¿Nos ama? Claramente no. Aunque según los cristianos, sí, siempre y cuando hagamos méritos ante Él, pues de lo contrario nos espera el Infierno y el tormento eterno. No le basta con una amonestación como haría un “padre” humano, sino que nos ofrece tormento infinito como castigo por pecados finitos durante una vida finita. Es por eso que los creyentes habrán de estar constantemente confesándose y justificándose ante Él, pues en su omnipotencia, su amor es tan condicional y condicionado que nos creó libres e imperfectos, pero sujetos a optar constantemente por creer en Él y servirlo para evadir el castigo eterno. Nuestra libertad y falibilidad serían obstáculos para probarnos, al igual que las calamidades que nos ocurren, enviadas por el infinito amor de Dios para hacernos sufrir y aleccionarnos.
Pero
todo católico que se considere parte de una institución tan corrupta y enferma
como la Iglesia Católica está validando aquella corrupción, aquella doctrina
del odio, con su tiempo, su dinero, su lealtad, su participación en misas y su
simple profesión de fe. El oponerse a ciertas posturas católicas, o incluso a
sus autoridades, siendo católico, no es más que una comodidad; la moral que
imperará es aquella que cuenta con millones de “fieles” de respaldo en todo el
mundo, no la particular que existe en privado. El católico apoya la corrupción
y las acciones odiosas de su Iglesia mediante su simple profesión de fe: la de
autodenominarse católico/a. Como señala Bill Maher, autor del documental
Religulous: “¿Sería usted miembro de un club social o partido político que
sistemáticamente oculta y encubre los crímenes de pedófilos? ¿No? ¿Entonces por
qué si de una iglesia? Ése es mi dilema.”
Para concluir, la religión cristiana no sólo predica supuestamente “el amor” predicando y practicando en realidad el odio y la segregación, sino que su “imperfecto” e inconsecuente amor se basa en que Dios es amor puro, amor absoluto, fuente de perdón y misericordia. ¿Es así realmente? De acuerdo al cristianismo, el todopoderoso dios cristiano, omnisciente y omnipresente, al igual que su ego, nos creó para ser adorado. Primero creó el Universo y luego esperó casi 14.000 millones de años para que apareciera el hombre, miles de años más para que surgiera el pueblo semita, para entonces ser adorado y someter a “su pueblo” a sus normas. Los cristianos invocan constantemente a este dios y a “Su Palabra”, supuestamente revelada en ese libro macabro que es la Biblia, para legitimar el odio contra todos con quienes estén ensañados: homosexuales, mujeres, fornicadores/as, propulsores de métodos anticonceptivos, ateos y pecadores de diversa índole (pues el “pecado”, invención cristiana, no sólo se aplica también a los no cristianos, sino especialmente a ellos). Estos fundamentalistas (a diferencia de los moderados) predican y practican el odio en su forma más pura. Como no pueden admitir que lo que sienten es odio, lo disfrazan de Justicia contra los que violentan a su dios (masturbándose, teniendo sexo, siendo judíos, etc.). Este dios, dentro del vasto Universo y las diversas culturas habidas y por existir en la Tierra, de carácter “Absoluto” pese a la amplia gama de dioses inventados en la historia, validaría únicamente el pensamiento, las convenciones y los parámetros morales de los que se hacen llamar “sus seguidores”. Es decir, además de ser un dios antropomorfo con diversas cualidades humanas deseables y no deseables, es (valga la redundancia) un “dios cristiano”, Absoluto pero localista, profesor de la fe cristiana y promotor de todo cuanto estos personajes cristianos promueven. Pese a ser omnisciente y “Creador del Universo”, es un dios tan interesado en nuestros asuntos mundanos que evalúa constantemente todo cuanto hacemos y pensamos. Pues la ley nos juzga por nuestros actos, pero este severo dios “está en todas partes y conoce nuestros corazones”. ¿Nos ama? Claramente no. Aunque según los cristianos, sí, siempre y cuando hagamos méritos ante Él, pues de lo contrario nos espera el Infierno y el tormento eterno. No le basta con una amonestación como haría un “padre” humano, sino que nos ofrece tormento infinito como castigo por pecados finitos durante una vida finita. Es por eso que los creyentes habrán de estar constantemente confesándose y justificándose ante Él, pues en su omnipotencia, su amor es tan condicional y condicionado que nos creó libres e imperfectos, pero sujetos a optar constantemente por creer en Él y servirlo para evadir el castigo eterno. Nuestra libertad y falibilidad serían obstáculos para probarnos, al igual que las calamidades que nos ocurren, enviadas por el infinito amor de Dios para hacernos sufrir y aleccionarnos.
Esta concepción
de la libertad como “libertad forzada a optar por Dios”, así como la imagen de
Dios “Absoluto pero cristiano”, “Creador del Universo pero inmerso en el mundo
humano”, amigo y enemigo al mismo tiempo, creador del hombre “a su imagen y
semejanza”, o mejor dicho, “creado por los hombres a nuestra imagen y
semejanza”, son algunas de las paradojas de esta divinidad. Si alguien asesina
a otro, puede ser perdonado mediante el sacramento si es creyente católico
(requisito excluyente) y reza un par de avemarías, pues Dios protege “a los suyos”
(y sólo a ellos). Pero si un católico, por otro lado, se casa y su matrimonio
no funciona, no puede rehacer su vida con otra pareja, apelando a su
falibilidad e imperfección, pues Dios perdona el homicidio, ¡pero no nos
perdona una promesa realizada ante Él! Si Dios es así con sus hijos fieles,
¡imagínense los tormentos que esperan a paganos y ateos! Ciertamente los
cristianos hablan del “Dios de amor” porque ellos mismos no diferencian entre
el verdadero amor y el odio en su forma más pura.
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