martes, 31 de enero de 2012
COMUNICACIÓN ANIMAL Y LENGUAJE HUMANO
El lenguaje y sus particularidades son el objeto de estudio de la lingüística, al igual que cada una de las lenguas. En este artículo definiré los conceptos de lenguaje y comunicación, para profundizar en las formas de lenguaje y comunicación presentes en el reino animal y en las particularidades del lenguaje humano.
Para hablar de comunicación y lenguaje primero debemos definir estos conceptos. La comunicación es la transmisión de señales mediante un código común al emisor y al receptor. En una conversación, cada involucrado es alternadamente emisor y receptor. Pero no es menester el uso de lenguaje en la comunicación. Se puede comunicar mediante un gesto, una mirada, una expresión facial, un símbolo, un objeto, una vestimenta, el mismo lenguaje, etc. Por lenguaje, por otro lado, entendemos un sistema de signos. Aquí debemos definir estos dos conceptos: sistema y signo. Por sistema entendemos que, los signos en este caso, están organizados mediante reglas. En el caso del lenguaje humano, estas reglas corresponden a la gramática. Por signo lingüístico entendemos la asociación arbitraria entre un concepto, (rabia, mesa, esquina, azul, correr, etc.) y una imagen acústica que lo representa (palabra, fonema o sonido). El concepto es una representación mental, y puede ser un concepto imagen (derivados de impresiones sensoriales) o un concepto proposicional, es decir, una idea que tenemos sobre algo o alguien. Pero un signo puede ser también un objeto, movimiento, etc. que representa un concepto.
La asociación entre un concepto y una representación acústica (palabra) se efectúa mediante una convención, por lo que ha de ser arbitraria, que es lo que distingue al signo de un símbolo. Por ejemplo, la palabra “árbol” representa al árbol en sí, y al leerla u oírla podemos evocar miles de árboles, incluso diferentes del árbol “real” al que se refiere el emisor. Lo mismo ocurre con cada una de sus letras, que por convención sabemos qué sonido representan. En este caso, la escritura sería una representación del habla, y el habla lo sería de los conceptos o representaciones mentales de las cosas. Si vamos conduciendo, por ejemplo, y vemos la señal de un triángulo invertido, sabemos que debemos ceder el paso; lo mismo ocurre con los colores y posiciones de las luces del semáforo, que por convención nos indican si debemos parar o seguir, o si nos queda cierto tiempo. Pero si vamos por la carretera y vemos en una señal el dibujo de un auto adelantando, pero tachado, lo que vemos no es un signo, sino un dibujo, una representación gráfica que nos indica que está prohibido adelantar. Lo mismo ocurre con las señales que significan Permitido o Prohibido fumar. Si vemos una cruz, sabemos que es un símbolo del cristianismo pues aquel credo profesa que Cristo murió en una cruz (no hay arbitrariedad en la asociación). Del cristianismo viene la cruz que representa a los hospitales, y de ellos el símbolo de la Cruz Roja. Otros símbolos del cristianismo son el fuego, el agua y el pez, que representan la transformación, el renacimiento y a los primeros cristianos. Así, vemos que los símbolos evolucionan en el tiempo. Lo mismo ocurre en el esoterismo con el número 7. El origen de este símbolo es la suma de los lados de un cuadrado (figura considerada “perfecta” geométricamente), que representaría para ellos la divinidad, y los de un triángulo, que representarían nuestras tres dimensiones, formando un símbolo común en varias doctrinas. En el Apocalipsis se habla de siete trompetas, siete ángeles, siete iglesias, siete sellos, siete estrellas, etc. Aparece en la Biblia en general, incluso en el Evangelio (perdonarás setenta veces siete) y también en otras religiones (siete peldaños evolutivos en la reencarnación). En este caso, las personas han heredado la comprensión de lo que representa el número culturalmente, pero su origen no remite a una convención arbitraria, por lo que es un símbolo. Por el contrario, si vemos un signo, un ideograma chino por ejemplo, y no conocemos el idoma, no lo comprenderemos, pues para que exista comunicación se requiere un código común.
El lingüista Ferdinand De Saussure es el autor del signo lingüístico. Éste está compuesto por dos elementos: significado y significante. Las cosas serían el referente; los conceptos serían el significado, y la palabra que representa el significado correspondería al significante. Las cosas no son lo mismo que los conceptos, ni éstos son palabras. Por lo tanto, en la medida en que conocemos cosas de la realidad, desarrollamos representaciones mentales o conceptos que representamos con una imagen acústica. La asociación entre el significado y el significante es arbitraria pues se efectúa mediante convención, motivo por el cual existen entre 5 mil y 6 mil lenguas en el mundo.
Jacques Derrida, autor de la Gramatología, critica el modelo saussureano porque De Saussure asume que el lenguaje en sí mismo es hablado. De acuerdo a esto, la escritura sería algo externo, posterior al habla, mientras que el habla existiría en nuestra mente. Derrida detecta la concepción animista de suponer algo intrínsecamente humano dentro de uno, en donde residiría el lenguaje hablado. Además de reivindicar la escritura como incluso paralela a los conceptos (representaciones mentales), atendiendo a que la escritura produce ideas nuevas, Derrida realizó una importante crítica a la metafísica de la presencia, según la cual existe un aquí y un ahora existentes y trascendentales. En el ámbito de la lingüística, puso énfasis en que la representatividad del lenguaje no hace presente al referente.
Charles Piercy, científico y semiótico, propone un modelo de tríada compuesto por el representamen (signo), del cual, por su carácter representacional, se infiere un nuevo signo; el objeto (referente), y el interpretante, que correspondería al nuevo signo. Para explicarlo, J me dice o nombra algo. Es un signo dirigido a mí. Pero el representamen o signo no es inmutable como el objeto, sino que representa un concepto de J. Como el pensamiento es dinámico, al igual que el lenguaje, aquel signo produce un nuevo signo en mi mente (con una representación mental diferente a la de J) que puede ser equivalente o más elaborado. Este segundo signo o representamen que es producido se llama interpretante y es el elemento que Piercy agrega al modelo.
Roman Jakobson identifica seis componentes que cumplen funciones en el acto comunicativo mediante lenguaje: emisor o destinador, receptor o destinatario, mensaje, código, canal o contacto y contexto. Dependiendo del énfasis en cada uno, el acto lingüístico puede presentar sus respectivas seis funciones: poética si el énfasis está en el mensaje; emotiva si está en el destinador o emisor; cuando lo está en el receptor o destinario, conativa: cuando se centra en el código, la función es metalingüística; cuando se centra en el contexto, referencial; y fática si el énfasis está en el canal o contacto. Pero la comunicación no siempre es lingüística. Mediante señales, aun los animales comunican todo el tiempo estados de ánimo, estados físicos, de alerta, disposición al apareamiento, etc. Watzlawick plantea incluso que es imposible no comunicarse. Una huella u olor puede indicar al depredador que su presa pasó por allí. Ciertos colores de las aves llaman al apareamiento. En la vida urbana también hay comunicación todo el tiempo: pensemos en las señales de tránsito o en las alarmas en tiempos de guerra. Un hombre puede seducir a una mujer simplemente mirándola. Nosotros mismos podemos cambiar el significado de una misma sentencia mediante el tono. Incluso piedras, gemas y prendas de vestir pueden componer verdaderos códigos culturales, ejemplos van desde la gemoterapia a las prendas de vestir de tribus urbanas y las que reflejan cierto estatus social o autoridad religiosa, rango militar o eclesiástico, etc. Esto por no mencionar poleras de equipos de fútbol, o los códigos visuales de culturas no occidentales.
El estudio de los signos se denomina semiótica o semiología. Esta disciplina estudia desde los gestos y el llamado lenguaje corporal, al código social de los olores de los perfumes, el vestuario, la publicidad, el paralenguaje o tono en que decimos algo, etc. El estudio del lenguaje, como ya hemos dicho, es la lingüística, que comprende disciplinas tales como la gramática, la fonética, la morfología, la lexicología, la semántica, etc. La lingüística dialoga con la semiótica y con la literatura (a través de Ferdinand De Saussure), pero también con otras disciplinas, conformándose la neurolingüística (estudio del cerebro), la sociolingüística, la sicolingüística, etc., y también con el área salud, en el estudio de trastornos como las afasias, los Trastornos Específicos del Lenguaje (TELs) y la dislexia.
Habiendo definido los conceptos, podemos apreciar que en el reino animal existen diversas formas de comunicación, campo de estudio de la zoosemiótica. Los animales pueden comunicarse mediante sonidos, olores, formas, movimientos y colores. Por ejemplo, una huella puede indicar certeramente a un depredador que su presa pasó por allí, aunque eso no sea un signo. Pueden comunicarse mediante señales táctiles, olfativas, visuales y sonoras, y sus formas de comunicación varían desde las feromonas, olores que indican algo concreto, al canto de las ballenas, capaz de ser oído por otras ballenas a lo largo de varios kilómetros. Un ejemplo de comunicación visual son los colores del pavo real y de diversas aves machos para lograr el apareamiento. En el caso de las hormigas, cuando han encontrado una fuente de alimento, liberan feromonas para que las demás hormigas las sigan, por lo que caminan en filas. Si el camino es obstruido, las hormigas se dividen por ambos lados a la misma velocidad, de manera que más hormigas van a transitar por el camino más corto, y las siguientes van a seguir el camino con más feromonas. Todas éstas son formas de comunicación, pero algunas tienen particularidades más complejas. Si un animal grita o ladra, pone al resto en alerta sobre un peligro. Sin embargo, se ha descubierto que algunos monos tienen gritos diferenciados, de manera que distintas clases de gritos significan cosas concretas. Un grito de alarma, por ejemplo, avisa si el depredador viene caminando, volando o reptando. Es decir, avisan mediante un grito qué animal se acerca. Estaríamos en presencia de signos, pero no de lenguaje pues no cuentan con un sistema, una organización. Pero también existen lenguajes en animales e insectos. Uno de los lenguajes animales más conocidos y estudiados es el lenguaje de las abejas. Para indicar la distancia y la dirección de la fuente de alimento, las abejas danzan en círculo si el lugar es cercano, y en forma de ocho si está a más de 50 metros. De acuerdo a la cercanía o lejanía, la abeja especifica la distancia con la velocidad, llegando a danzar en "ocho” nueve o diez veces en 15 segundos si el alimento está a más de 100 metros. Ustedes podrán decir: “El comportamiento de los insectos está determinado genéticamente”. Sí, y el nuestro también. Lo increíble es que el código de las abejas varía según las diferentes razas de abejas, por lo que los expertos han pensado que presentan una forma de dialectos.
La diferencia entre una lengua y un dialecto es que el dialecto deriva de la lengua con ciertas modificaciones y rasgos de carácter local. Por ejemplo, los chilenos, los argentinos y gran parte de los españoles hablamos español; por ende, podemos entendernos pues manejamos el mismo código. Pero chilenos, argentinos y españoles hablamos diferente el español, el vocabulario varía, lo pronunciamos diferente incluso. Estaríamos en presencia de diferentes dialectos. Y en Chile podemos encontrar dialectos más específicos que corresponden a determinada clase social, a determinada localización geográfica (si la persona es del campo o de ciudad, si es del norte o del sur), e incluso a cierto rango de edad, pues un adulto mayor habla diferente que un adolescente, y un hombre de 30 años también. Este es el campo de la sociolingüística. A los dialectos podemos agregar los lenguajes técnicos de diferentes disciplinas. Pero debemos aclarar que el lenguaje cumple una función netamente práctica: comunicar; no hay una forma correcta o incorrecta de hablar. Los juicios de valor que se emiten continuamente sobre el lenguaje corresponden a parámetros culturales subjetivos, apuntan a lo que cierta forma de lenguaje nos dice sobre el que habla, pero la lingüística no emite juicios de valor. Debido a una falacia clasista sobre nuestra lengua, muchas personas en nuestro país emiten juicios sociales basados en prejuicios con respecto a la pronunciación de ciertos fonemas por parte de una persona (como la ch como sh), o por el nivel de vocabulario de cierto estamento social, o incluso por la clase de español que hablamos los chilenos. La verdad es que los españoles diferencian al hablar la s de la c y la z, a diferencia de los latinoamericanos. La cantidad de vocabulario varía incluso entre un idioma y otro. Una característica de cualquier lengua es que, al ser el lenguaje un sistema, un número finito de palabras puede combinarse de manera infinita para expresar cualquier idea. Y aunque un adolescente de una localidad rural aislada de Perú hable un español radicalmente distinto de un adulto mayor de la élite intelectual de Madrid, pronunciándolo distinto incluso, la verdad es que objetivamente no se puede emitir juicios de valor sobre cómo hablan uno u otro: ambos se comunican y se relacionan con su entorno con la misma facilidad. Todo ser humano que no posee Trastornos Específicos del Lenguaje puede aprender una o más lenguas durante la primera infancia con la misma facilidad, sin importar el nivel de educación, ni siquiera la calidad de la instrucción (en algunas culturas no se habla a los niños hasta que éstos manejen un lenguaje fluido).
Volviendo a las abejas, éstas serían capaces de matizar su lenguaje, sugiriendo la presencia de dialectos. El lenguaje de señas de los sordomudos también presenta dialectos, de manera que, dependiendo de la ubicación geográfica, los gestos se realizan con variaciones. En el reino animal también se han estudiado los lenguajes de los delfines y de las ballenas, que revisten mayor complejidad que el de las abejas, y que operan no sólo mediante sonidos, sino también mediante lenguaje corporal en el caso de los delfines.
Pero la comunicación en el reino animal, incluso cuando se trata de lenguaje, no posee la misma complejidad que el lenguaje humano, cuyos códigos hablado, escrito, gestual y ritual varían según la cultura. Tal como señala Noam Chomsky, los humanos poseemos una gramática. Todas las culturas humanas han desarrollado lenguas, que varían no sólo en las reglas gramaticales (algunos idiomas, por ejemplo, determinan el género no en masculino/femenino, sino en cosas animadas/inanimadas, y otros manejan hasta 5 factores simultáneos de género), sino también en la grafía y en la pronunciación. Nosotros utilizamos el alfabeto latino. El alfabeto griego, por ejemplo, además de tener distintos caracteres gráficos, cuenta con ocho vocales y con consonantes que los hispanohablantes somos incapaces de pronunciar. De la misma manera, ciertos indígenas de Norteamérica eran incapaces de pronunciar el sonido de la “b/v”, por lo que la pronunciaban como “p”. Así también, los chinos escriben con ideogramas, caracteres que representan una idea completa, escritos en vertical.
Se sabe con certeza desde principios de los 90 que hay factores genéticos determinantes en la adquisición del lenguaje por parte de cada individuo humano, así como la evolución nos ha legado adaptaciones fisiológicas que permiten el lenguaje articulado. Pero aquel tema lo abordaré en otro artículo. Lo importante es que, independientemente de nuestra predisposición biológica al lenguaje, el código, es decir, el idioma particular, es cultural pues responde a una convención que implica arbitrariedad. Incluso ciertos gestos como eructar, besar o tenderle la mano a alguien en señal de saludo, pueden poseer significados distintos dependiendo de la cultura, al igual que una misma palabra puede poseer significados diferentes en distintos dialectos.
Para consultar sobre Lingüística:
BELINCHÓN, M., IGOA. J y A. RIVIERE. Psicología del lenguaje: Investigación y Teoría.
VEGA, M. y F. CUETOS. Psicolingüística del español.
VAN DIJK, T. La multidisciplinariedad del análisis crítico del discurso: un alegato a favor de la diversidad.
WODAK, R. De qué se trata el análisis crítico del discurso.
WODAK, R. y M. MEYER. Métodos de análisis crítico del discurso.
MORENO, F. Principios de sociolingüística y sociología del lenguaje.
Para consultar sobre Semiótica:
UMBERTO ECO. Tratado de semiótica general.
UMBERTO ECO. Semiótica y filosofía del lenguaje.
domingo, 15 de enero de 2012
SIMBOLOGÍA RELIGIOSA EN CUENTOS INFANTILES: MENSAJES CRISTIANOS PARA APRENDER LAS LETRAS.
Con “tradición cristiana” no sólo nos referimos a lo que esa
religión considera como fuente de revelación divina, sino que también a la
permeación en Occidente de la cultura y mitología judeocristianas en ámbitos
tales como la moral, la cosmovisión y el floclore. Hay varios cuentos
infantiles que nos han llegado por tradición como parte de nuestro folclore, lo
que explica que todos los conozcamos. Podemos apreciar que en estos cuentos,
legados por tradición, están plasmados
múltiples símbolos y mensajes cristianos, sin embargo los leemos a nuestros
niños pese a que la mayoría de ellos no deberían ser considerados infantiles.
ALECCIONAMIENTO: EL OBJETIVO PRIMERO DE LOS CUENTOS
En primer lugar, debemos establecer que el objetivo de los
cuentos o relatos infantiles suele ser
adoctrinar. Es por eso que estas historias incluyen una moraleja o lección, de
manera que aleccionemos a nuestros niños desde pequeños. Las viejas historias
del Cuco o el Viejo del Saco tienen por objeto asustar a los niños con respecto
a salir solos de casa, hablar con extraños, mostrar mal comportamiento o no
comer lo que les dan de comer, bajo la amenaza de ser secuestrados o cosas
peores. El viejo pascuero y el Conejo de Pascua de Resurrección, a la inversa,
cumplen con el objetivo de simpatizar a los niños con las dos principales
festividades cristianas, llegando éstos a adorar la Navidad y la Pascua desde
pequeños, aun sin comprender el trasfondo religioso. El Trauco, por otro lado,
sería un mito chileno muy similar al íncubo, un demonio hebreo que
violaba a las mujeres. La historia del Trauco cumplía una función aleccionadora
para que las jóvenes y adolescentes no salieran solas de casa, pues el Trauco
las podía atacar y embarazar.
CUENTOS NO APTOS PARA NIÑOS
En segundo lugar, podemos apreciar que muchos de estos cuentos
llamados “infantiles” no deberían ser aptos para niños en absoluto, aunque no
lo notamos porque los hemos oído desde que éramos pequeños, y lo mismo nuestros
padres y abuelos. Es cosa de leer el Flautista de Hamelín. Esta historia narra
cómo el flautista desratiza el pueblo y, al ver que el alcalde se niega a
pagarle los honorarios que habían acordado, ahoga a todos los niños de Hamelín
en un río. El objeto de entretener a niños de 3 o 4 años con una historia que
acaba en genocidio infantil (con ilustraciones) radica en inculcarles una
lección básica de nuestra economía, sobre la sanción de romper un contrato o no
pagar un servicio, principio clave de nuestra convivencia. Lo mismo podría
aplicarse a Hansel y Gretel, historia considerada “infantil”, en la cual dos
pequeños hermanos se convierten en héroes al asesinar a una bruja quemándola en
un horno. Pero volveremos sobre ella más adelante.
BLANCA NIEVES Y LOS SIETE ENANOS
Un cuento repleto de símbolos cristianos es Blanca Nieves y
los Siete Enanos. El blanco de Blanca Nieves (blanca como la nieve) representa
la pureza y la sobrevalorada castidad, en una inocente joven que no sobrepasa
la edad estipulada como virginal. La protagonista cae en desgracia, pero es
cuidada y protegida por siete enanos. ¿Por qué siete? El número 7, tan presente
en el Apocalipsis (siete trompetas, siete ángeles, siete iglesias, siete
sellos, siete estrellas, etc.) y en la Biblia en general, incluso en el
Evangelio (perdonarás setenta veces siete) y también en la tradición esotérica
posterior (siete peldaños evolutivos en la reencarnación), representa la
divinidad o, atendiendo a la suma de los lados de un cuadrado (considerado
perfecto) y un triángulo (considerado como nuestras tres dimensiones) a la
relación entre lo humano y lo divino. Así, obtenemos del cuento que la
divinidad protege la pureza. La manzana con que es envenenada Blanca Nieves
representa el pecado. La manzana, en la antigua Grecia, era un símbolo de la
sensualidad y el erotismo, tal como se puede apreciar en la poesía de Safo. También es
asociada a la disputa y sus consecuencias, de acuerdo al mito griego de la Manzana de la
Discordia, que habría originado la Guerra de Troya a partir de una disputa
entre diosas. Al surgir el cristianismo, la manzana es importada de la
simbología griega pero con la connotación de pecado, de manera que incluso el
Fruto del Árbol del Bien y del Mal, que “pecaminosamente” comen Adán y Eva en
el relato creacionista, más tarde sería reemplazado en la tradición por una
manzana. Es decir, el símbolo sensual de la manzana, en la cosmovisión
cristiana, es equivalente al Pecado Original (seguramente sin perder su connotación
sexual). La bruja ya sabemos lo que significa: la antigua excusa cristiana para
quemar a mujeres creyentes acusadas de pactar con el diablo con fines tan
perversos como agriarle la leche a su vecina. Esta idea de lo diabólico
evoluciona en el tiempo desde la persecución a los paganos, hasta consolidar la
visión del paganismo como práctica satánica en la figura de la bruja.
Blanca Nieves ve a la bruja disfrazada para así “tentarla” a
pecar. Esto es muy similar a Caperucita Roja que, en su inocencia, ve al lobo
disfrazado de inocente abuelita. Sólo que Caperucita es menor que Blanca Nieves
y es roja, no blanca, pues representa la madurez de la púber que aún es niña
pero ya tiene cuerpo de mujer, mientras que el lobo representa, como
depredador, a los hombres, cuyas verdaderas intenciones escapan a Caperucita.
Volviendo a Blanca Nieves, la divinidad (los enanos) acaba asesinando a la
bruja como castigo por envenenar la pureza con el pecado. Algunas versiones
incluyen un rayo que la destruye, siendo el rayo símbolo de la divinidad en
todas las culturas, desde Zeus, Perun y el oriental Hadad, al canino Xolotl,
Yavé y la Providencia.
LOS TRES CHANCHITOS
En el caso de los tres chanchitos, el relato cuenta que un
chanchito construyó su casa de paja; otro de madera; pero sólo el que construyó
su casa de piedra o roca pudo resistir los soplidos del lobo. Este cuento es
una adaptación infantil de la parábola de Cristo en Mateo 7, 21-28, según la
cual el hombre que sigue las enseñanzas cristianas es como el que edifica su
casa sobre roca, la que prevalecerá contra el viento y la tormenta, mientras
que el que la construye sobre arena sucumbirá. Ambos relatos tienen la misma
enseñanza: construid sobre roca y resistirás las adversidades. ¿Por qué sobre
roca? En el Antiguo Testamento hay varias referencias a Dios como “la roca”.
Sin embargo, atendiendo a que la primera versión del Nuevo Testameno fue
escrita en griego, podríamos reemplazar en esta parábola la palabra “piedra” o
“roca” por su traducción al griego “pedro”, de manera que obtendríamos: “la
casa construida sobre Pedro jamás será derribada”. En otras palabras, un
mensaje de supremacía de la Iglesia Católica, para legitimar la sucesión papal
encomendada por Jesús originalmente a Simón y a la Iglesia misma desde
entonces: “Y ahora yo te digo: Tú eres
Pedro (o sea piedra), y sobre esta edificaré mi Iglesia; los poderes de la
muerte jamás la podrán vencer” (Mt 16, 18). Por supuesto, la aclaración
Pedro/piedra se incluyó en las traducciones del griego a otras lenguas.
TÍPICOS ELEMENTOS COMUNES
* Nobleza de nacimiento, la belleza de cuna
En la mayoría de los cuentos infantiles hay dos elementos
comunes: las brujas y los príncipes y princesas. Los mensajes que han
transmitido a los niños son, uno, el principal mensaje cristiano durante la
Edad Media: “¡Matad a la bruja! ¡Quemadla!”. Ejemplos son Hansel y Gretel, la
Bella Durmiente, Blanca Nieves, etc. En la Bella Durmiente la bruja se
convierte en un dragón, símbolo en Occidente del mal (como la criatura del Apocalipsis)
y de la batalla entre el dragón y un héroe, llegando los católicos, por
tradición, a venerar a San Jorge, santo
católico, nada menos que por matar a un dragón. El otro viejo mensaje guarda
relación con mostrar la virtud de la nobleza y simpatizar a los niños con ella,
establecida y validada históricamente mediante la unción a un rey o príncipe
por parte de un obispo o papa que instituía el cargo. Es por eso que los héroes
que vemos son príncipes derrotando al mal para salvar a una princesa, que
representa la virtud, tal como los príncipes y reyes luchaban contra el
paganismo y los enemigos de la Iglesia. Hay variantes como la Cenicienta que,
por su virtud y la del príncipe, asciende socialmente; y, la del príncipe
convertido en sapo, esperando por recobrar su aspecto mediante un beso de amor.
Así, se establece la idea de que el título noble es algo intrínseco a quien lo
ostenta y no puede ser derrocado ni siquiera con brujería o mediante el poder
del demonio. De esta manera, el príncipe, señor feudal o noble cuyas acciones
son reprochables, habrá de ser respetado de todas formas, pues cambiará sus
actos en la medida en que sea amado pese a sus acciones. Esto es muy similar al
pasaje del sacrificio de Isaac, donde el dios judío demuestra que debe ser
obedecido ciegamente, al punto de que Abraham sacrifique al único hijo capaz de
darle la descendencia prometida por la divinidad. O el libro de Job, donde el
personaje da muestras de una fidelidad intachable pese a todos los tormentos
que Dios enviaba para probarlo, tal como haría con el pueblo de Israel,
sometiéndolo a tormentos para demostrarle que aquél era su pueblo elegido. En estos cuentos infantiles, los autores
legitiman la nobleza y los títulos de la Corona tal como el cristianismo hizo
ungiendo los obispos y papas a aquellos gobernantes.
En este caso, la princesa representa al pueblo, que ha de
validar al príncipe con su fidelidad al título real, pese a su asco “ante el
sapo”. Es por eso que el autor moderno Hans C. Andersen, a través del Patito
Feo, rescata la idea de la belleza interior en contraposición a la belleza
social, estableciendo esta última como una convención. Andersen (S. XIX) se
crió en una extrema pobreza, lo que determinó los mensajes de muchos de sus
cuentos.
* Esas malas madres
Volviendo a los relatos de origen católico, la madrastra de
cuentos como la Cenicienta, por otro lado, representa a “la impostora, la madre
que es falsa”. ¿Por qué otro motivo las madrastras habrían de ser tan crueles y
perversas en estos relatos? Porque la Madre Iglesia y la Madre Virgen “protegen
a sus fieles”, y no pueden ser reemplazadas. Cualquiera que lo intente es una
“madrastra”, falsa doctrina o falso profeta. Por último, el hada madrina es un
ser que se toma de la mitología celta (el hada o espíritu de la naturaleza) y
se fusiona con otro ser imaginario: el angelito de la guarda. El resultado es
un hada “madrina” que protege a un niño o joven en particular.
* El oficialismo, orden establecido y pecados capitales
Hansel y Gretel es también un cuento muy aleccionador en
materia de moral cristiana. Al entrar los pequeños hermanos en el bosque,
alejándose de la casa paterna/pater/oficialismo, se precipitan a la desgracia.
Pese a que dejan un rastro de migajas de pan (representando que, aun yendo por
mal camino, mantienen un lazo con el orden establecido) caen en desgracia al
sucumbir a un pecado capital: la gula. La inocente anciana resulta ser una
bruja perversa. Aunque no hay indicios en el cuento de que practique la
brujería, ella “se come a los niños”. Este elemento demonizador de lo pagano,
posteriormente tendría ciertos derivados, como la idea de que los ateos y los
comunistas no quieren a sus hijos (esta última creencia presente en los EEUU
durante la Guerra Fría) o la idea más reciente de que parejas homosexuales son
incapaces de criar niños; sólo serían capaces de dañarlos y traumarlos de por
vida. Finalmente, ambos niños se convierten en héroes al burlar a la bruja y
arrojarla dentro del horno para morir calcinada. Es decir, el mensaje es claro
y rotundo: pese a haber “perdido el camino” de lo correcto moralmente, la
redención es tan sencilla como quemar una bruja. Esta redención puede lograrse,
de acuerdo a la época, mediante el rechazo a cualquier práctica contraria al
cristianismo, o literalmente, acusando a alguien de brujería para que lo maten.
Éste es el análisis de algunos de los cuentos que surgieron
en el folclore de Occidente y que se han transmitido de generación en
generación, siendo puestos por escrito por autores como los hermanos
folcloristas Jacob y Wilhelm Grimm. Estas historias han servido para adoctrinar
a los niños mediante mensajes cristianos o lecciones morales de origen
cristiano.
Si usted es ateo y quiere una educación secular para sus
hijos, puede optar por ponerles Discovery Kids o leerles autores infantiles
modernos o contemporáneos, pues, entre muchos de los cuentos que nos ha legado
la tradición y la Biblia, no hay mucha diferencia. A esto sumemos que varios
cuentos sobre brujas y ogros que matan a los pequeños para comérselos no son
precisamente aptos para niños ni “educativos” en cuanto a los parámetros que
manejamos ahora de lo que podemos querer para nuestros hijos.
IGLESIA ABSURDA EN TRES ACTOS
Teatro del absurdo: La inspiración divina de la doctrina católica o El continuo parche de sus pecados. Ensayo en tres actos.
Acto 1: Textos Inspirados. Cabe preguntarse mediante qué medios la Iglesia Católica –que durante siglos fue, no sólo la única doctrina cristiana, sino también la voz del oficialismo en Occidente– ha legitimado su poder terrenal. Como pudiera preverse, lo ha hecho mediante su misma doctrina, pues asegura, no sólo la inspiración divina de los textos bíblicos, sino también que la misma Iglesia ha sido inspirada a lo largo de la historia por el Espíritu Santo. En vez de refutar sus creencias irracionales (dogmas) racionalmente, voy a utilizar la razón para poner de relieve las inconsistencias de su propia doctrina. Muchas preguntas surgen a propósito de esta creencia “de fe”. Si aceptáramos la existencia de Dios, ¿por qué sólo la religión cristiana habría de estar inspirada y validada por ese dios, incluyendo los textos que la fundamentan? Si los católicos hablan de mitología greca, latina, egipcia o maya, ¿por qué no hablar de mitología y literatura judeocristianas? Desde el punto de vista de un creyente, ¿qué vuelve al dios cristiano una mejor musa que otros dioses? ¿Desde cuándo el deber ser valida el quemar brujas en la hoguera por sobre sacrificar vírgenes en un altar? Si creyéramos en este montaje de la inspiración, ¿no deberíamos considerar como inspirado cualquier texto religioso?
El primer problema que encontramos con esta creencia está en la Biblia, primer libro impreso y principal best seller de Occidente. El Antiguo Testamento, considerado como inspirado por Dios –y por ende, también las leyes que se prescriben en él– habla de asesinar a homosexuales, adivinos y adúlteras, estipula el realizar sacrificios animales, no hablar siquiera con personas no judías bajo pena de quedar impuros para el sacrificio en el templo. Curioso resulta que hubiera pena de muerte para las adúlteras mujeres, pero no para las prostitutas, que resultaban útiles a los adúlteros. La Iglesia afirma, no sólo que estos 73 libros de la Biblia fueron inspirados, sino que su autor es el mismo Dios, y los verdaderos escritores serían autores secundarios. Sin embargo, la ley de Moisés, supuestamente escrita de la pluma del mismo Dios, no se parece en un ápice al mensaje de Cristo. Si aceptáramos la existencia de dios(es), ¿por qué no validar mejor a religiones politeístas como la romana o la griega, que sí dan cuenta de un código ético y cívico mucho más sustentable y civilizado? Ahora surge la pregunta inevitable: ¿se escapan a esto los evangelios? La verdad es que los evangelios expresan y dan cuenta de lo que a sus autores se les ocurrió, más leales a mitificar a Cristo como dios que a la veracidad de lo ocurrido. Por ejemplo, los evangelistas hacen hincapié durante todo el relato en que se cumplieron en Cristo las profecías del Antiguo Testamento, sin escapárseles el más mínimo detalle: que no le romperían los huesos, que nacería en Belén (para lo cual dispusieron un censo que no está registrado), que resucitaría, que sería descendiente de David, etc. También los creyentes actuales adecúan las alegorías del Antiguo Testamento a Cristo, para que milagrosamente todo calce. Desde el punto de vista de la literatura, es evidente que los evangelistas escribieron haciendo una lectura del Antiguo Testamento para ajustarlo a Cristo, con el objeto de establecer su divinidad, ocupando también otros recursos literarios e interpolaciones para ello, tales como sus múltiples milagros, el igualarlo con el dios judío y con una tercera persona (Santísima Trinidad) e, inserta en esta mitología, la inclusión de rasgos interculturales del Imperio Romano, tales como el culto a Isis, diosa Madre, madre virgen y Reina de los Cielos, que pasaría a conformar la doctrina mariana, o reemplazar el solsticio de invierno, celebración del dios romano Saturno, por la Navidad. Pero en realidad, antes de este paulatino montaje dogmático, los primeros cristianos eran una secta conformada por grupos en disputa que ni siquiera estaban de acuerdo en si seguir a Cristo o a Juan Bautista, pues ambos tuvieron varios discípulos (y por eso los evangelios que conocemos justifican a Cristo como maestro de Juan). Cabe mencionar que los evangelios que nos han legado las primeras autoridades de la Iglesia fueron escritos como parte de este montaje doctrinal, bastante tiempo después de la muerte de Cristo. Con la escenografía de los dogmas como fondo, la proliferación de guionistas ávidos por escribir sobre el popular mesías, y los únicos testigos muertos, la Iglesia hubo de convertir al protagonista de la obra, Cristo, en el principio y fin del Universo, un dios ante el cual todo ser humano es culpable y responsable de su asesinato, pues “se dejó matar por todos nosotros”. Ser insignificantes ante este dios omnipotente no impide que lo podamos ofender y enojar, ni que estemos en deuda con él por asesinarle. Este dios, amigo y enemigo, es la principal inconsistencia de la doctrina católica: Él nos ama, mas su amor exige nuestros méritos; perdona nuestros pecados, siempre que nos confesemos y seamos conscientes constantemente de nuestra culpa, aunque no sepamos de qué somos culpables; exige que creamos en él, por lo cual nos envía calamidades “para probarnos”. Pero detrás del telón de esta obra del absurdo, los cristianos, desde el principio, nunca se arrodillaron ante Cristo (él ya estaba muerto), sino ante su nombre idealizado, es decir, ante la Iglesia Católica, dueña del Cielo y de muchísimos bienes terrenales que ha obtenido por aquí y por allí, vendiendo el Paraíso y salvando a la gente del Infierno (nótese que la idea del Infierno es exclusiva de la religión cristiana).
La Iglesia, en un acto de “inspiración”, seleccionó sólo cuatro evangelios y otros 23 libros del Nuevo Testamento como divinamente inspirados, ratificando esta selección en el Concilio de Trento y determinando no sólo los textos canónicos, sino también la traducción válida. ¿No les parece demasiado que Dios inspire a ciertos traductores? Esto se hizo con el objeto de legitimar la Biblia católica por sobre los grupos protestantes emergentes, determinándose la Iglesia a sí misma como inspirada por el Espíritu, única capaz de interpretar la Biblia y también de administrar los dones del Espíritu Santo a través de los sacramentos. La leyenda de aquel concilio cuenta con versiones tales como la paloma que se posó en los libros señalando los que eran canónicos, o que estos cuatro evangelios fueron los únicos que no se cayeron de la mesa. Es decir, la inspiración divina en la escritura de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento es una creencia arbitraria que surge de una decisión política fundamentada desde sus inicios en una mentira: que Dios es autor de esos textos y que la Iglesia es instrumento de ese dios. No es necesario profundizar en lo mucho que se contradice la Biblia con la arqueología contemporánea; baste mencionar que el mesías que los judíos esperaban no se parece a Cristo en absoluto. En aquella época hubo otros mesías que tuvieron seguidores, pero no contaron con la suerte de convertir a la cabeza del Imperio. Pese a que Cristo criticó duramente la ley y a las autoridades judías, los evangelistas utilizan la misma tradición para legitimarlo como el Mesías, agregando a su condición mesiánica una naturaleza divina. Esta tergiversación hecha por San Pablo y apoyada por ciertos evangelistas habría sido inaceptable para un creyente judío, para quien hay sólo un Dios.
Quizás podríamos admitir (con imaginación) que tal vez existió un Abraham (o más de uno) que concibió un dios monoteísta e indujo de ello la idea de sacrificar animales en vez de personas (según el pasaje del sacrificio de Isaac), pero de todos modos sacrificó la dignidad humana de todo un pueblo con las ideas de la culpa y la bajeza humana, que serían profundizadas por los cristianos desde San Pablo en adelante. Pues tal como señalara Nietzsche, la culpa nace del concepto de deuda, y la mayor deuda que puede concebir el ser humano es el monoteísmo (Genealogía de la moral, segundo tratado). Los judíos inventaron un dios protector que los cuidara de otros pueblos a cambio de lealtad, un dios exclusivo de los judíos, tal como después pasarían a ser ese dios y su salvación exclusivos de los cristianos. Pues la Iglesia profesa que todo hombre es concebido en pecado, y que a través de su rito de iniciación (el Bautismo) devuelven a los bautizados su semejanza con Dios, pues todo aquél que conozca a la Iglesia y no se adhiera a ella, niega su propia salvación.¿Qué se puede decir ante esto?
Acto 2: Iglesia inspirada por Dios. La Iglesia profesa en su credo que ella misma es santa, considerándose obra santificada de su dios (“Creo en la santa Iglesia Católica”). La creencia anexa de que la Iglesia es inspirada por el Espíritu Santo se manifiesta en el dogma de la infalibilidad del papa como vicario de Cristo en la Tierra. De acuerdo a este dogma, todo lo que el papa diga de manera ex cathedra, es decir, en materia de fe, doctrina y moral, como autoridad ante millones fieles, es considerado verdad indiscutible e incuestionable, no sujeta a errores, pues el mismo hombre-dios Cristo cedería a su “vicario”, el obispo de Roma, su divina infalibilidad. Por supuesto, este dogma fue promulgado por un papa: Pío IX, en la segunda mitad del siglo XIX, ¡qué conveniente! Hay que aclarar que, para la doctrina católica, los dogmas ratifican una verdad revelada por la tradición, que junto a los dudosos textos, es considerada fuente de Revelación divina. Por lo tanto, se puede inferir que cualquier papa puede representar a Cristo con autoridad, no sólo en materia de fe, sino también de moral y costumbres. ¿Qué ocurre con la autoridad moral de los papas que se acostaban con prostitutas, los que vendían bulas para que les compraran una habitación en el paraíso, los que participaron en guerras y quemaron a científicos defendiendo su dogmatismo? El papa que ordenó, no sólo asesinar a Isabel I por ser anglicana, sino que declaró que quien la asesinara iba a ganarse el Cielo, ¿también es una autoridad moral a la altura de Cristo? Cristo proclamó una Iglesia universal. Cuando Benedicto XVI declara que la religión católica es la verdad absoluta y única, y que las demás creencias están completamente erradas, ¿está siendo fiel al mensaje de Cristo? No es necesario ser historiador para poder apreciar que la Iglesia Católica y sus autoridades, en vez de asemejarse a Cristo, se parecen más bien a los fariseos a los que Cristo insultaba y maldecía, incluso hoy, también en Chile. El cristianismo es una construcción social más bien corrupta que semejante al Evangelio, pero pese a no ser precisamente “un destilado de virtud”, utiliza el nombre de Cristo para legitimarse y el de su dios para validarse, y, haciendo gala de la bandera de sus dogmas incuestionables, se ha convertido en una suerte de fariseísmo actual. Ha sido una doctrina íntimamente ligada al oficialismo occidental en su desarrollo histórico, provocando más daño que bien a la humanidad. En vez de integrar y acoger, como predicó su dios, es segregativa y exclusiva. Mediante su concepción de pecado y la tiranía de la culpa, segregan a homosexuales, separados, divorciados, a los hijos de separados y divorciados, a los que se aman sin estar casados por la Iglesia y, para no alargar demasiado la lista, a todos los no católicos, sean éstos ateos o de otras religiones, “que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error”, como rezan los católicos a la Virgen en el mes de María. Sin embargo, la Iglesia afirma estar inspirada por el Espíritu Santo a través de carismas o dones que se manifiestan en las cosas buenas, ¿pero estos dones no deberían poseerlos los papas y los cardenales que los eligen? Cuando las autoridades de la Iglesia a nivel mundial se hacen cómplices de abusos sexuales a menores, los ocultan y esconden sin tomar medidas hasta después de que la prensa los vuelva asunto público, toman esas medidas para protegerse a sí mismos y no a las víctimas, e incluso entonces hay autoridades con cargos importantes en la Iglesia mundial, como el cardenal Jorge Medina, que restan importancia a que un sacerdote abuse de un menor de edad, ¿qué pasó con el Espíritu Santo? Si la Iglesia no está mal, entonces su dios está fallando. O es falso que el espíritu divino de la Trinidad inspira y alienta con su soplo a la Iglesia, o tal vez el Espíritu Santo tiene enfisema, pero ciertamente hay algo en la institucionalidad católica que está fallando. Esto no es culpa de los laicos católicos, pero se crea un círculo vicioso en la medida en que otorgan su lealtad a la Iglesia corrupta y creen de corazón que su religión está inspirada, alentada, revelada y validada nada menos que por Dios, confiando sus vidas y confidencias personales a cualquier sacerdote, creyendo que por ser éstos ministros tienen una respuesta casi divina a todo. Para seguir con el tono dramático de este ensayo, voy a representar esto con una conversación hipotética.
CATÓLICO: Mis creencias religiosas y morales están inspiradas por Dios.
ATEO: Yo no creo en Dios.
CATÓLICO: Entonces irás al Infierno, o en el mejor de los casos al limbo.
ATEO: No creo ni en el Infierno ni en el limbo.
PAGANO: Yo creo en Dios.
CATÓLICO: Pero tu dios no existe, el que existe es el mío.
PAGANO: ¿Cómo lo sabes?
CATÓLICO: Porque mis creencias están inspiradas por el verdadero Dios.
ATEO: Dime, ¿los sacerdotes pederastas están inspirados por Dios?
CATÓLICO: Justo ésos no fueron inspirados, al menos no estaban siendo inspirados justo cuando abusaron de menores, en ninguna de las reiteradas veces que lo hicieron.
Y la conversación puede ser eterna. Hay que recalcar que religiones no cristianas son bastante tolerantes e inclusivas con los otros credos, no las confundamos con los fundamentalistas católicos que los medios hacen notar ni olvidemos quiénes iniciaron las cruzadas. Los católicos, en cambio, se han caracterizado históricamente por proclamar una verdad absoluta. Si bien permearon elementos de otras culturas, tanto cuando se cristianizó el Imperio Romano como en las misiones en América, lo hicieron, en la primera ocasión, para asegurar sometimiento; en la otra, lo mismo; los colonos asesinaban a los indígenas propiciados por la Iglesia Española y los Reyes Católicos, dándole a los aborígenes la “oportunidad” de vivir como esclavos en vez de simplemente morir, mientras los misioneros los bautizaban para asegurarles, a cambio, una buena vida después de la muerte. Pues el rito del bautismo no es sólo una iniciación a la comunidad católica, sino que garantiza el Paraíso de los que están en lo correcto. Tanto así que cualquier laico puede bautizar a un bebé en peligro de muerte, “para salvarlo del limbo”. Esta costumbre proviene de la creencia milenaria que se mantuvo hasta Benedicto XVI, quien perdonó el limbo a los infantes que no alcanzaron a bautizarse.
Acto 3: Caen las máscaras. Supongo que ya no se preguntan por qué la Iglesia afirma estar inspirada por el Espíritu Santo. Ya se habrán dado cuenta de que es para sustentar su poder terrenal mediante la misma doctrina que profesan. ¿Se imaginan si el Estado civil dijera que sus acciones y políticas están inspiradas por Dios? Sí, es cierto, están pensando en que aquello históricamente ya ocurrió. Durante siglos los emperadores y reyes fueron ungidos como tales por un obispo o por el mismo papa. De esta manera, los villanos que trabajaban para el señor feudal y vivían de sus sobras jamás pensaron en sublevarse, pues la aristocracia y las autoridades políticas habían sido “legitimadas por Dios”, mientras la Iglesia Romana contaba con la lealtad de los gobernantes y el diezmo de cada ciudadano. No hubo mejor manera que la religiosa para establecer una sociedad estamental que todavía no cambia del todo. Incluso hoy, los jóvenes católicos van a misiones y trabajos con las mejores intenciones, pero a través de grupos que buscan un adoctrinamiento católico de los pobres. El problema de esto es que el adoctrinamiento, de por sí, excluye la realidad y punto de vista del otro en pos de lo que el misionero adoctrinador cree correcto. El producto son jóvenes levantando mediaguas para crecer en la fe con sus compañeros de credo y clase social; personas que dan una limosna como anestesia para su conciencia, una solución de algo de dinero sobrante para aliviar la conciencia de su responsabilidad en el problema de fondo. A través de estas prácticas, la gran mayoría de los católicos convierte la caridad, no en un acto de justicia, sino en un ejercicio masturbatorio. Pues en efecto, incluso un acto a favor de otro puede ser realizado principalmente a favor del propio bienestar. La doctrina católica, con los méritos que su dios exige para entrar en el selectivo Paraíso, es experta en ello.
Así que la respuesta a la inspiración divina de la Iglesia, sus textos y su tradición es ésta: todo ese aparato valida con la doctrina su propio poder político. La respuesta de los católicos a todas estas contradicciones es que lo bueno de la Iglesia está inspirado por Dios, mientras que lo malo es culpa del hombre y la terrenalidad de la institución. Pero si algo es bueno y malo al mismo tiempo, ciertamente es netamente humano, aunque el credo católico disocie el origen del bien en favor de su dios y el origen del mal en perjuicio de la humanidad. Y si fuera cierto lo que profesan los católicos, ¿podría alguien pedirle a Dios que inspire a su Iglesia completamente? Nos ahorraría muchos problemas. Pero si usted es católico, debe saber que los religiosos rezan constantemente por esto, para que su dios guíe a la Iglesia y a los sacerdotes. Por lo tanto, sólo queda pensar que la Iglesia sí es una construcción humana en su totalidad, una institución que ha asesinado a muchos, ocultado abusos a menores, como cómplices del delito y obstructores de la justicia civil; ha fomentado la desigualdad y la ignorancia y, para equilibrar su enorme corrupción, recomienda a sus fieles “hacer buenas acciones”, tales como lavar la loza, no asesinar a nadie, confesarse continuamente, donar su 1% y devorar a Cristo al menos semanalmente para absorber su espíritu, tal como hacían los aztecas con los órganos de sus enemigos.
ACERCA DE LOS DOGMAS MARIANOS
Lo que busco en este artículo es abordar los dogmas
marianos, considerados por los fieles
católicos (como todo dogma) como verdades absolutas indiscutibles, no sujetas a
error ni a revisión, pues el dogmatismo de por sí consiste en pensar en absolutos
sin mediar reflexión ni actitud crítica alguna. Por supuesto, muchos católicos
moderados interpretan algunos de estos dogmas de manera alegórica, pero el
oficialismo católico mantiene una postura muy tajante sobre los dogmas de fe,
aunque permita la existencia de católicos disidentes para no decaer en número
de fieles, sustento de su poder político.
En realidad, los dogmas marianos son tremendamente
coherentes, claro que no con la realidad como la entendemos los hombres
modernos (y como la entienden los creyentes marianos), sino con la tradición
bíblica y la mitología cristiana. Así, se puede explicar cómo éstos surgen, en
realidad, a partir de recursos literarios de la tradición bíblica y posterior.
Y podemos concluir, de hecho, que María Virgen nunca existió desde un punto de
vista historiográfico. Existe, sí, en el imaginario colectivo, en la cultura y
en el arte, pero es un personaje, y en este artículo abordaré las supuestas
verdades indiscutibles sobre la figura mariana desde el prisma de la
literatura.
Como es bien sabido, la literatura surge asociada a
los mitos y a la religión, de la misma manera en que el drama y el teatro están
íntimamente ligados a los ritos, desde la sociedad greca primitiva hasta la
época medieval, al amparo del cristianismo. Cuando Homero escribió La Ilíada, lo que hizo fue registrar el
mito fundacional de un pueblo, una historia que se había transmitido a lo largo
de las generaciones de manera oral, valiéndose de epítetos y formas métricas
para ser así memorizada. Hoy hablamos fácilmente de mitologías greca, maya o
egipcia, desde el prisma de que el cristianismo, una religión más entre muchas,
fue parte del oficialismo de Occidente durante muchos siglos, y aún no pierde
su poder sobre las políticas públicas. Pero podemos hablar también de mitología
judeocristiana, y podemos rastrear la invención del dios cristiano desde la
literatura y la antropología.
Los israelitas también mantuvieron viva la Torá y sus
libros fundacionales del Pentapeuco de manera oral, valiéndose de formas métricas.
A fines del siglo XIX, ciertos arqueólogos encontraron Troya, Miscenas y otras
ciudades de las que se da cuenta en la La
Ilíada. Pero eso no significa que el relato de Homero, los dioses del
Olimpo que intervenían en la Guerra de Troya, y los hijos de dioses que
realizaban hazañas, fueran reales. Lo mismo ocurre con Israel. Que los judíos
existieran y escribieran libros y fueran sometidos por los romanos no implica
que una sola palabra de la Biblia sea verdadera, pues sus autores no buscaban
dejar un registro documental o testimonial como lo entendemos los hombres
modernos, sino escribir libros fundacionales de su pueblo en relación a Israel
y su dios.
Es por eso que el fenómeno religioso está asociado a
la literatura y a la ficción, pues las tradiciones literarias de un pueblo
conforman sus mitos fundacionales, y las religiones, una vez establecida la
casta sacerdotal, se fundamentan en libros que, considerados sagrados e
inspirados por la divinidad, son ante todo textos escritos por el hombre. Y
ante todo, como decíamos, los textos sagrados no fueron escritos para dar
cuenta de “lo real” como lo entendemos los hombres modernos, en el sentido
testimonial o documental, sino para dar cuenta de la relación entre una cultura
y su(s) dios(es) fundacionales. Es por ello que podemos establecer como una
premisa estética que leer textos de hace miles de años haciendo una lectura
desde nuestro prisma de hombres modernos, insertos en el positivismo
historiográfico, es un error y una falacia contextual.
Así, podemos ver que la figura de María ha sido
mitificada y adornada con una serie de creencias que surgen posteriormente,
instaurado ya el cristianismo, y se recogen de otros cultos, tal como surge la
misma Virgen posteriormente a la Iglesia Apostólica de los seguidores de Jesús.
Esta clase de mitificación ocurre incluso con personajes históricos después de
su muerte. El Cantar del Mío Cid fue
escrito sólo 40 años después de la muerte de Rodrigo Díaz de Vivar, pero en ese
breve tiempo su leyenda –y el autor– ya lo habían engrandecido al punto de
hacerlo domar un agresivo león, y de convertirlo en un Héroe trágico. En el
caso de Cristo, éste fue engrandecido y mitificado hasta convertirlo en dios.
Pero esta tergiversación fue obra de San Pablo, quien ni siquiera lo conoció, pues
en el contexto de Cristo y desde la época del Rey Josías, la tradición
mesiánica era la de un libertador político; el Reino de Dios era el reino de
Israel, aquí en la tierra; los demonios eran los dioses de los pueblos enemigos;
y la muerte de Cristo fue el fracaso del ficticio dios hebreo por salvar a su
pueblo de Roma. Por razones que tal vez nunca comprendamos, azarosas quizás,
fue la doctrina paulina la que primó en Grecia y se constituyó como la religión
de un Cristo divinizado, cuya muerte y fracaso serían el triunfo de una vida
venidera invisible por sobre las miserias terrenales y el poder del Diablo, que
también es un elemento que incorpora Pablo. Así, los cristianos no
pertenecerían a este mundo, sino a un mundo venidero donde los espera Jesús,
quien además juzga a los enemigos de sus fieles. Esta interpolación que
convierte a Jesús en Dios habría sido inaceptable para un creyente judío, para
quienes había sólo un dios. Sin embargo, Marcos evangelista basó su evangelio
en la doctrina de Paulo de Tarso, y no en los relatos que aún circulaban sobre
el nazareno. Juan, Mateo y Lucas, que tampoco conocieron a Cristo, se
inspiraron en el texto de Marcos, perdiéndose así la figura del Jesús histórico
en los textos que serían canonizados. Surge así un nuevo dios de la confluencia
entre helenismo y semitismo. Un dios que es padre, que es hombre, que es
amigable o aterrador según su ánimo, misericorde si no lo ofendes, castigador
si aborrece tu conducta. A fin de cuentas, un dios antropomorfo con diversas
cualidades humanas deseables y no deseables, un dios celoso que exige lealtad,
pero contra cualquiera maldecido por los cristianos, su ira trasciende la eternidad. Es por eso, por el carácter
masculino de dios, paternalista, de patter,
que prescribe pautas normativas, que surge la necesidad de tener una
contraparte que fuera madre, devota y amorosa.
Veamos ahora si la Biblia da cuenta de ficción o de
hechos históricos. Al leer la Biblia, los fieles buscan guía y no suelen
considerar que están leyendo a un autor, que ciertamente no es Dios. Ese
hombre, por el hecho de ser autor, escribe literatura. Por ejemplo, cuando
María visita a su prima Isabel, de acuerdo al Evangelio de Lucas, ésta la
reconoce como madre de Dios y María replica con el Magnificat. Este complejo poema
o canto es un mosaico de citas de cantos de mujeres del Antiguo Testamento, y
ciertamente no hay registro posible de que la Virgen haya improvisado semejante
poema en una conversación cotidiana, sino que su autor es Lucas Evangelista. Lucas
también es célebre por conciliar el origen de la iglesia emergente poniendo a
San Pablo y a Pedro y compañía como apóstoles que predicaban juntos, en su
libro de los Hechos, pese a que
Pablo, apóstol audesignado por revelación, condena en sus cartas a toda Iglesia
que no fuera la suya propia, incluyendo la de los apóstoles. Es sabido también que
el profeta Daniel, por otra parte, uno de los elegidos de Dios, es un personaje
ficticio creado por las autoridades religiosas para transmitir un mensaje
moral. Y lo son también otros profetas. Los Apocalipsis, como el de Juan,
considerado por varias sectas protestantes como el anuncio del fin del mundo,
en realidad hablan de la Iglesia emergente en aquella época, en un lenguaje
alegórico codificado para los primeros cristianos. No hubo revelación alguna;
ésta es un recurso literario. Hubieran sabido los autores el lío que iban a
provocar dos mil años después con aquellas imágenes alegóricas. Esta
interpretación de “los últimos días” es producto de realizar una lectura desde
el contexto actual y no desde el contexto del texto. Los Testigos de Jehová
interpretan la Biblia y el Apocalipsis literalmente como el fin del mundo, con
todo lo que allí se narra, porque ellos existen en un contexto donde los libros
buscan transmitir información. ¡Y qué decir de cómo los creacionistas pretenden
seriedad basándose literalmente en un libro fundacional como el Génesis, cantar
de gesta hebreo, estableciendo la mal llamada “hipótesis” de la generación
espontánea del hombre moderno, y el diseño inteligente o intención inteligente
detrás de la creación de estas creaturas!
No es momento en este artículo para profundizar en lo
mucho que se contradice la Biblia con la historia y la arqueología modernas.
Baste mencionar que Abraham y su descendencia son personajes ficticios, lo
mismo Moisés, el exilio y la conquista de Canaán. Dedicaré otro artículo a este
tema de cómo se establece el mito fundacional, pero puedo asegurar que los
egiptólogos coinciden en que Israel jamás fue esclavizado en Egipto: más aún,
los israelitas no existían en ese entonces.
Tenemos entonces que los autores de la Biblia no
buscaban dar cuenta de una verdad documental sino de crear una identidad como
nación, y como lectores contemporáneos de la Biblia no podemos perder ese foco.
Entonces la pregunta se formula. Si la Biblia es literatura y no busca dar
cuenta de la realidad tal como la entendemos hoy, ¿se escapan a esto los
Evangelios? Ciertamente no: la figura de Cristo ha sido enzalzada hasta
convertirlo en Dios. Los evangelistas, al escribir, fieles a la doctrina
paulina y no a los relatos testimoniales que circulaban, adaptaron lo que oían a
sus propios principios morales dirigidos a las comunidades cristianas que los
leerían. Los evangelistas no escribían para los hombres del futuro. Al igual
que Pablo y Pedro, escribían sus textos para comunidades concretas con
problemas específicos, muchos de ellos problemas de fe al lidiar con los
paganos o con la vida comunitaria. Y escribían para ellos, no para dar
testimonio, más allá del Cristo resucitado, constructo de Pablo. Pasajes que de
ser reales serían asombrosos, como la resurrección de Lázaro o del mismo Jesús,
la Transfiguración o sus diversos milagros, tienen mucho de ficción y mitificación
cristiana, muchísimo de contaminación post mortem de la leyenda, y nada de
registro por parte de historiadores griegos y latinos. Incluso el supuesto
evento al morir Jesús no fue registrado por los romanos, que crucificaban
judíos rebeldes como algo cotidiano. En otras palabras, aun si asumiéramos la
existencia de un Jesús histórico, ésta no habría trascendido más que para el
selecto grupo de seguidores de dicho Jesús, como aparentemente ocurrió. En
aquella época, había muchos líderes religiosos y muchos que se consideraban el mesías
de Israel. Entre los judíos había varios grupos o sectas, más o menos
radicales, y todas ellas tenían líderes. Los atributos sobrenaturales de Jesús
y las enormes multitudes que lo seguían corresponden a ficción, a recursos del
evangelista para validar al Jesús de Pablo. En el contexto de Cristo, hubiera
sido impensable que un hombre se autoproclamara Dios. Los emperadores y
faraones se consideraban dioses, pero para un judío, por su cultura, religión,
cosmovisión y visión de Dios, la idea de que un hombre fuera dios era imposible
de concebir. Ellos ni siquiera pronunciaban el nombre de Dios.
Los evangelistas escribían haciendo una lectura del
Antiguo Testamento, ocupados en ajustar la vida de Cristo a las profecías
mesiánicas. Que no le romperían un hueso, que sería anunciado y precedido por
Juan Bautista (voz del desierto), que descendería del Rey David, que hablaría en parábolas, que haría
milagros, que sería ungido por el Espíritu Santo (episodio del Jordán), que
sería celoso de lo referente a Dios, que entraría a Jerusalén montado en un
burro, que sería crucificado entre malhechores, que lo traspasarían con una
lanza, que sortearían su túnica, etc., e incluso Lucas dispuso un censo que no
está registrado –que es lo que se espera de un censo– para hacerlo nacer en
Belén, tal como había sido profetizado. Podemos afirmar entonces que los
evangelistas (todos ellos, apócrifos también) no pretendían dar cuenta de una
persona real ni de una realidad testimonial, como afirma la Iglesia, sino
construir un mesías haciendo uso del material de los profetas, y escribiendo
con ese fin.
Hoy pensamos en Jesucristo como un hombre único cuyo
mensaje triunfó en la adversidad. Pero en aquella época pululaban mesías que
eran sumamente populares. El mismo Simón el Mago era considerado de naturaleza divina,
tenía muchos seguidores y se le atribuían grandes milagros. Lo mismo su
contemporáneo Apolonio de Tiana, místico a quien se atribuían milagros y
poderes sobrenaturales. Hoy en día podemos tener la impresión de que Cristo, si
existió, era un iluminado, pero en realidad su contexto era un verdero circo donde
los apóstoles competían con otros místicos con poderes, tal como relata Hechos (competían mediante trucos y
prédicas, “sanando” mediante imposición de manos y convenciendo mediante
retórica y testimonios dudosos). Incluso primaban entonces religiones como la
romana o la griega donde los dioses interactuaban y concebían hijos con
humanos. Y autoridades, como los emperadores, que eran considerados hijos de
dios, ante su pueblo y ante el senado, similar a lo que ocurría con los
faraones egipcios. Ser mesías o ser hijo de dios no era mayor novedad. Pero entre
todos los líderes de sectas fue Joshua Ben Pandira (Cristo) quien se convirtió
en objeto de devoción y obsesión de Paulo de Tarso, autor del cristianismo. La
verdad es que los primeros cristianos eran una secta en la que ni siquiera
estaban de acuerdo en si seguir a Jesús o a Juan Bautista. El triunfo del
cristianismo es el triunfo de Pablo, consolidado oficialmente al convertirse
Constantino y cristianizar el Imperio. La paradoja es que convierten a un judío
monoteísta en el nuevo dios, y anteponen la vida futura invisible a la vida
terrenal, real y concreta. Al alero del cristianismo, el creyente debía ceñirse
a un amplio catálogo que prohibiciones y restricciones (tal como ocurre hoy)
para participar de esta vida futura, llamada también Salvación (lo que
presupone una condena primera por parte de Dios). Es así como surgen los
ideales ascéticos en el contexto del catolicismo. Y surge también la bienaventuranza, la paradójica idea de
que toda desgracia y calamidad que nos ocurra es en realidad buena, en provecho de la vida invisible.
Es al cristianizar el Imperio Romano que crean a María.
Centrémonos ahora en los dogmas marianos y en el
principal de ellos: María madre virgen. El dogma la proclama “virgen antes,
durante y después del parto”. Este dogma está constituido por dos elementos.
Uno de ellos es la tradición bíblica. En la Biblia aparece un patrón repetitivo
asociado a los nacimientos importantes. Cuando Dios se dirige a Abraham en el
Génesis, con el objeto de formar un pueblo, le promete, para ello, una gran
descendencia. Abraham no tenía hijos. Era anciano y su mujer estéril. Es por
eso que concibe un hijo con una esclava, pero luego Sara, su mujer, que era
infértil, queda embarazada de Isaac. Se cumple así, en el recurso literario,
que para Dios no hay imposibles. El Evangelio de Lucas nos narra que Isabel era
estéril y no podía tener familia, lo que era una humillación para ella y para su
esposo, el sacerdote Zacarías, debido a la importancia que los judíos daban a
la descendencia. Isabel y Zacarías eran considerados malditos, pues su estirpe
moriría con ellos. Pero a Zacarías se le aparece el arcángel Gabriel –narra el
Evangelio de Lucas– para anunciarle un hijo, e Isabel queda embarazada de Juan
Bautista, primo de Jesús y último de los grandes profetas. Es por eso que el
ángel dice a María en la Anunciación: “También tu parienta Isabel está
esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya
en el sexto mes de embarazo. Para Dios nada es imposible” (Lc 1,36-37). Otro
ejemplo es el Evangelio de la Natividad de María. Este texto apócrifo data de
la Edad Media y fue escrito al amparo de la Tradición católica. De él se recogen
las fiestas de la Natividad de María (8 de septiembre) y de Ana y Joaquín (26
de julio), padres de la Virgen, que no son mencionados en la Biblia. El texto
narra que Ana y Joaquín eran estériles y ancianos; Joaquín era sacerdote, al
igual que Zacarías; ambos eran despreciados por no tener hijos. Sin embargo,
tras el anuncio del ángel, Ana queda embarazada de María.
Así, podemos apreciar que, en la
tradición bíblica cristiana, se utilizan recursos literarios para acentuar los
nacimientos importantes como acontecimientos imposibles (debido a padres
estériles) anunciados por un ángel. Pero el nacimiento de María presenta una
anomalía: nace una niña. Para los judíos no tener hijos representaba una
maldición de Dios, pero las hijas eran una carga para sus padres y sus futuros
maridos, carga que era aliviada con la dote o vendiéndolas como esclavas. Lucas
y los inventores de María habrían de justificar muy bien que aquella
adolescente era especial por ser la futura madre del dios vivo: Emmanuel. El
siguiente nacimiento importante era el nacimiento de Jesús. María sería, para
la tradición que gestó este relato, la madre del Mesías, pero el nacimiento de
Cristo, el hombre-Dios, ameritaba algo mucho más imposible y espectacular que
una madre estéril. Es por eso que se incorpora la idea de la madre virgen, que
sí está a la altura, literariamente hablando, de los coros de ángeles de los que
habla el Evangelio, las persecuciones y la supuesta estrella que señalaba la
ubicación del pesebre. Incluso los Evangelios apócrifos ponen énfasis en que la
matrona declara a María como físicamente virgen incluso después del parto, tal
como lo avala el dogma católico.
Aquél es un elemento, el que
podríamos llamar patrón o recurso literario para acentuar los nacimientos
importantes como acontecimientos imposibles, siendo el de Cristo el más
importante y, por ende, el más imposible de todos: hijo de una virgen que jamás
ha conocido varón. El otro elemento guarda relación con la profecía de Isaías
de que el mesías nacería de una virgen. En Isaías
7,14, el autor pone en boca del personaje: “El Señor, pues, les dará esta
señal: La joven está embarazada y da a luz un varón a quien le pone el nombre
de Emmanuel, Dios-con-nosotros.” El
subtítulo del pasaje anuncia: “La Virgen dará a luz”, y en traducciones de la
Biblia de iglesias protestantes o evángelicas, se reemplaza la palabra “joven”
por “virgen”, siendo el resultado: “la virgen está embarazada y da a luz a un
varón”. Es así que se va construyendo un mito a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento.
1. Dios rompe con Eva por el pecado que heredaría la humanidad. 2. Dios se
reinvindica naciendo de mujer. 3. Jesús es Emmanuel, “Dios con nosotros”, y ha
venido a salvarnos del pecado. Tal como hemos visto, los diversos evangelistas
que pululaban tras la muerte de Cristo pretendían validar a Jesús con las
profecías del Antiguo Testamento. Pero aunque asumiéramos que la idea de María
madre-virgen se remonta únicamente a Isaías,
no es explicación suficiente pues la verdad es que estos elementos no sólo
construyen a Cristo, sino que construyen también a María como objeto de un
culto, y estos elementos referentes a la madre de dios se agregaron a la
leyenda cristiana mucho después de la supuesta muerte de Cristo, y son
considerados por la Iglesia como Revelación mediante Tradición (la Tradición y
la Biblia son las fuentes de Revelación católica). María, más que un personaje
que parió a Cristo, es una construcción de un culto. Les explicaré cómo y por
qué se la construye.
Cuando se cristianizó el Imperio
había muchos cultos, que para los cristianos eran paganos. La misma
transculturación que aconteció en la conquista de América, ocurrió entonces
para imponer el cristianismo como religión oficial. El 25 de diciembre se celebraba
en Roma el solsticio de invierno, fiesta del dios Saturno. Esa festividad fue
cristianizada y remplazada por la Navidad o Natividad del Salvador. Así también,
la fiesta de los idus de marzo sería reemplazada por Semana Santa, para que los
creyentes tuviesen acceso a los ritos que les recordaban la muerte y
resurrección de su nuevo dios. Y lo más importante, el rito primordial era la
Eucaristía, un rito que inventó Pablo de Tarso invirtiendo las formas
ceremoniales de las cenas judías para instaurar una nueva ceremonia ritual que
acabó en la teofagia.
¿Dónde entra María Virgen? En el
Imperio Romano había un culto muy difundido, que era el culto de la diosa
egipcia Isis. Isis era venerada como Diosa Madre, Madre Virgen, Reina de los
Cielos y Diosa de la Maternidad y el Nacimiento. Para los cristianos era muy
difícil abolir ese culto de madre amorosa con la imagen de un dios padre
castigador y censurador de la sexualidad, omnipotente y absoluto pero que se
hizo víctima de inmolación. No parecía ni parece hoy un dios de amor, sino que
era el dios semita helenizado por la imaginación de Pablo para volverlo humano
y acusar a la humanidad de su muerte. A través de la imagen maternal y
acogedora de María, recién surgida y legitimada por Lucas y las autoridades,
lograron reemplazar el culto a Isis por la nueva diosa. Para los devotos, y
especialmente las devotas de Isis, que se postraban ante la imagen de la diosa
con Horus en sus brazos, no significó mucho el cambio de nombre. En aquella
época existían muchos cultos, y la tolerancia religiosa era muy distinta a como
sería posteriormente con el cristianismo.
El concepto de madre-virgen es, como muchos dogmas
católicos, una paradoja tanto literaria como también una paradoja lógica. Dentro
de la literatura, este concepto es un oxímoron, es decir, un tropo o figura
retórica que une dos significantes opuestos y contradictorios. Por ejemplo:
silencio atronador, dulce amargura, vida muerta, madre virgen. Es una paradoja.
En el caso de la lógica, la idea de madre virgen es ilógica y contraria a la
lógica de la causalidad. Madre y virgen son dos elementos opuestos que, juntos,
se anulan uno al otro, de manera que la sentencia se niega a sí misma y pierde
significación. Esto, desde el prisma católico, es uno de los llamados
“misterios”, fórmulas promulgadas por un papa que han de ser aceptadas aunque
carezcan de la lógica más elemental.
La Iglesia ha enaltecido la figura mariana asociada a
la virginidad y la pureza, sin considerar siquiera que no haberse acostado con
su esposo hubiera sido motivo de desprecio público por parte de José en aquella
sociedad. Sin aceptar la idea de que al menos el parto la habría despojado de
su virginidad. El cristianismo asocia la idea del sexo y el impulso sexual (cosas
naturales de todo ser humano) como algo pecaminoso para someter a todo ser
humano a la tiranía de la culpa. La eterna pugna entre el cristianismo y los
instintos básicos del hombre alcanza su apogeo al venerar a María llamándola
Virgen (sí, con mayúscula) en vez de por su nombre. Los santos padres y
doctores de la Iglesia, tales como San Pablo, San Jerónimo y San Agustín, han
hecho la batalla contra los impulsos y las conductas sexuales en todas sus
variantes, al punto de considerar el matrimonio como un mal necesario para procrear,
pero transmisor del Pecado Original. Sobre ello me extenderé en otro artículo.
Baste mencionar aquí que se sacraliza el sexo como tabú, y en un tabú que
curiosamente es objeto de enjuiciamiento incluso (o especialmente) hacia los no
cristianos y lo que éstos hacen en la cama. Es como ocurrió en la conquista de
América: los pascuences creían en un Hombre Pájaro que se masturbó para
fecundar y crear al hombre con ese acto. Los rapanui celebraban a su dios con
orgías, al igual que los incas tenían jóvenes prostitutos en el Templo, y los
mapuches curanderos travestis. El sexo era algo sagrado en abundancia, no en
censura, y fue muy difícil que la figura mariana fuera aceptada por los pueblos
precolombinos. Rechazaban que una diosa fuera virgen, y rechazaban la
virginidad. El concepto de madre virgen les resultaba lo más ilógico de esta
nueva religión. Fue así que los misioneros lograron introducirla en calidad de
madre o “madrecita”, como la llamaban los pascuences, aunque la madre fuera
para ellos símbolo de fecundidad y jamás de castidad.
La entrega a Dios se proclama que debe ser en cuerpo y
alma y libre de pecado carnal. Es así que la pureza y hoy sobrevalorada
castidad de María se ritifica en el celibato sacerdotal, en quienes se entregan
por completo al indoctrinamiento bajo la prohibición de compartir su
sexualidad. Así la castidad de María se hace rito en el celibato, y éste
ratifica que lo virgen y casto agrada a Dios tal como los animales puros
agradaban a Yahvé en sus holocaustos.
En la literatura actual se habla mucho de María
Magdalena o María de Magdala como presunta esposa de Jesús. Las teorías de
diversos autores se hicieron populares rápidamente por causa de la novela
conspiracionista de Dan Brown, y el mercado editorial hizo lo suyo. La Iglesia
reaccionó pues vio amenazada su tradición (fuente de Revelación) y a la
divinidad del mismo Cristo. Los estudiosos más objetivos del Evangelio –sin
olvidar que es ficción– saben que María Magdalena, la mujer adúltera a la que
Jesús perdona su lapidación, y la mujer que baña los pies de Cristo con
perfume, no son la misma persona de acuerdo al texto, sino que tres mujeres
distintas. ¡Pero decir que Cristo se casó y tuvo hijos como cualquier otro hombre
habría hecho en su lugar…! La Iglesia vio en esta afrenta la humanización de
Jesús, su terrenalización, algo contra lo cual debían luchar a toda costa,
incluso mediante la censura y la prohibición a los católicos de leer ciertos
libros, tanto ensayos como novelas.
Lo interesante es ver la oposición entre las dos
marías. El concepto de pureza casta de María, madre-virgen, se opone a María
Magdalena, que encarna la sexualidad que denigra la divinidad de Cristo, ante
la tesis de María Magdalena como esposa de Jesús. María madre ha de ser casta
porque es la imagen de nuestra madre, y los fieles recurren a su pureza para
limpiar sus faltas. Magdalena, en cambio, amenaza la divinidad de Cristo y la
castidad de todo el cristianismo bajo la tesis de haber profanado con su sexo
un cuerpo que es glorioso, resucitado, transfigurado y a la vez espiritualizado
en la transubstanciación para ser devorado. La oposición entre María Virgen y
María Magdalena, considerada en la tradición como una prostituta, es la
oposición entre dos arquetipos opuestos: la virgen y la puta. En este caso, en
términos literarios simbólicoarquetípicos, lo virgen se fundamenta como madre,
principio y principio fundador: madre de Jesús, quien es el Alfa y el Omega, el
Verbo creador al que alude Juan, encarnado dentro del tiempo. Lo promiscuo, por
otra parte, se representa como el pecado que debe ser redimido por la Iglesia,
cuerpo de Cristo, en la conjunción de estas tres mujeres distintas en
Magdalena, a quien se le atribuía una “mala vida”, pese a lo cual es salvada y
redimida en el Evangelio por su amor y devoción a Jesús. Cristo se establece
entonces como redención conciliadora al ser seguido por su madre, por una
pecadora, y por la tercera María, la media hermana de la Virgen.
La batalla mariana contra las iglesias evángelicas que
no consideran virgen a María en su matrimonio, se protege a sí misma con la
idea de “dogma de fe”, obligación de creer sin posibilidad de negación. En
efecto, entre ficción y ficción, no ya literatura sino acomodo de los dogmas
para que se sustenten a sí mismos, surgen otros dogmas importantes a lo largo
de la historia de la Iglesia y de María, tales como: 1. María, aun siendo
esposa, fue virgen toda su vida. 2. Por ser madre de Cristo, fue concebida
Inmaculada, libre del Pecado Original; y 3. Por estar libre del Pecado Original,
fue asunta al Cielo en cuerpo y alma.
Estos dogmas no sólo desafían la razón y la lógica,
sino que se oponen a la doctrina católica actual. La Iglesia piensa hoy que el
Cielo no es un lugar físico, sino un estado espiritual. ¿Cómo podría entonces María
evadir la muerte para ser asunta en cuerpo físico y alma? El dogma proclama que
su cadáver no existió, sino que, incorrupto, ascendió a la gloria de Dios. La
respuesta es que este dogma fue concebido con la creencia antigua de que el
Paraíso estaba en el cielo, en algún lugar de la atmósfera. Este dogma no tiene
base alguna en los Hechos de los
Apóstoles ni en ningún libro de la Biblia. Es un invento. Los inventos son
llamados por la Iglesia “verdades reveladas por tradición, cuando el Obispo de
Roma se pronuncia ex cathedra”. Si el
pecado, para la doctrina católica, es inherente a la naturaleza humana y a la
dualidad Bien/Mal de nuestras acciones, independientemente de si el individuo
peca o no, ¿cómo podría alguien liberarse del Pecado Original al momento de ser
concebido, si el Pecado Original para la Iglesia actual es una metáfora de la
naturaleza del pecado, fundamentada en la metáfora del segundo relato
creacionista? Una posible respuesta de un creyente es que Cristo no compartía
la naturaleza del pecado, pero compartía la naturaleza humana por nacer de
mujer, y por ello ésta fue concebida sin el pecado de ser humano. Al final todo
es una construcción política. Los dogmas marianos han sido proclamados cuando
hay disenso sobre la naturaleza y culto de María. Entonces el papa de turno
establece verdades irrefutables para zanjar el asunto, verdades que, en el
futuro y de manera indefinida, no pueden ser abolidas ni reinterpretadas. No
están sujetas a revisión ni a error pues el papa goza ex cathedra de la infalibilidad del mismo Cristo, según reza el
dogma de la infalibilidad papal.
Aunque los dogmas son paradojas lógicas de por sí,
ciertamente se produce una paradoja de consecuencia al tener que ajustar todo constantemente
para defender una “verdad” antiquísima, declarada por algún concilio muchos
papas atrás. Algunos sacerdotes, incapaces de aceptar patrañas, buscan el “verdadero
sentido” de los dogmas marianos, algo así como el origen literario pero en
coherencia con su fe, de manera que tengan un sentido alegórico, pero sin negar
el dogma. Ése es el daño de no poder revisar ni cuestionar una creencia: se
establece que algunos elementos son literales y otros alegóricos, pero la
verdad es que la fe cristiana, como hemos expuesto, se basa y se sustenta en ignorancia
historiográfica. Es opuesta, por su dogmatismo, al uso de la razón y a la
libertad de ideas. ¿Y esto para qué?, se preguntarán. Cuando los fieles se
postran ante María, no lo hacen ante una adolescente judía de hace dos mil
años, inaprensible para nosotros; ni siquiera ante un personaje de la
tradición; ni siquiera aún ante un personaje de ficción como vimos que es. Se
postran ante una institución que es parte de la institucionalidad católica. María
es una institución que representa pureza, castidad y obediencia. Ciertamente
estas ideas, en especial la castidad y la virginidad, están siendo
tremendamente sobrevaloradas por los marianos y los católicos en general. Pero
la castidad, la pureza y la obediencia son lo que los cristianos esperan del
comportamiento de las mujeres. Son lo que llaman virtudes. Adoran a María por
ser esclava, doméstica y servil, tal como esperan que sean sus madres y las
madres de sus hijos. María es un personaje de ficción creado por una decisión
política, pero aun si hubiera existido, la muchacha hebrea de hace 20 siglos nos
resultaría inaccesible. Es por eso que los católicos institucionalizan su mito
y pretenden sortear la distancia temporal a través del rito, es decir,
ritificando al mito en los votos de los sacerdotes y las religiosas, y en las
fiestas marianas, una de las cuales dura un mes entero.
Hay que destacar también que la tradición mariana
incorpora elementos interculturales, como la idea de María siendo asunta, que
representa la idea pagana del ser humano ascendiendo a una condición divina. O
el rosario, único mantra de los católicos, copiado del rosario de los
hinduístas. Mientras los hinduístas pasan las cuentas rezando el mantra del
Hare Krishna, los católicos repiten 50 avemarías, 5 padrenuestros y 5 glorias. Como
institución intercultural, existen diferentes Vírgenes o versiones de la Virgen
según el lugar de sus apariciones, como Fátima o Lourdes, pero también según
los milagros que concede, o la imagen que la representa, como la Virgen de los
Nudos, la Virgen Bizantina o la Virgen de Schoenstatt, y además hay una Virgen
adecuada para cada pueblo o cultura, desde las Madonnas renacentistas italianas
a la Virgen del Carmen, la Virgen de la Tirana, que tiene su propio carnaval pagano,
y las imágenes que circulan por mail concediendo favores o amenazando si el
mensaje no es reenviado. También está la versión azteca de la Virgen de
Guadalupe, y las otras versiones precolombinas de la Virgen, como las de Perú, ante
cuyas imágenes los incas se arrodillaban para adorar, no a María, sino al sol
que pintaban en la imagen junto a la Virgen.
Este culto mariano ha derivado, pues, en diferentes
cultos específicos según la imagen venerada o la patrona o apadrinamiento que
representa María Virgen. Algunos son devotos de la Virgen del Carmen; otros, de
la Virgen de Lourdes; otros, de la Virgen de Fátima. A la imagen de la Virgen
de Guadalupe los católicos atribuyen diversas cualidades sobrenaturales; a la
Virgen de Schoenstatt sus devotos la llaman mutter
para diferenciarse de otras congregaciones marianas, y diferenciar a la mutter de otras vírgenes. La Virgen de
los Nudos se caracteriza por resolver los problemas que el feligrés le encarga;
la Virgen de la Tirana es fruto de la permeación mariana en la cultura del
norte de Chile y cuenta incluso con un carnaval. Cada imagen de la virgen
cuenta con un nombre característico que la distingue, y con adeptos y supuestos
milagros que los católicos les atribuyen, ya sea que acudan a verlas al templo
o que las lleven en sus billeteras. En el catolicismo se practican mucho las
“mandas”, consistentes en pedir un favor a alguna deidad –María, por ejemplo– a
cambio de un sacrificio que puede atentar incluso contra la integridad física
del solicitante. Es así que la figura de María, con su carácter pagano y sus
diversos cultos o subcultos diferenciados entre sí, planteándose en la fe
católica como abogada e intercesora, se opone al absolutismo de Dios Padre y a
la Providencia.
Con respecto a las apariciones de la Virgen, ésta
nunca se ha aparecido a un ateo o a un erudito. Tampoco ha aparecido en
público. Las personas que suelen ver a la Virgen en sus apariciones
sobrenaturales son novicias, monjas o personas devotas en extremo que pasan
gran parte del día contemplando sus imágenes y rezando el rosario. El rosario,
como mantra, posee una característica: la repetición reiterada e indefinida de
una fórmula lingüística, como es el caso de una plegaria, adormece el neo
córtex, la capa del cerebro que filtra la actividad consciente, y abre paso a manifestaciones
subconscientes, las cuales son percibidas como reales por haber burlado la
conciencia del neo córtex, adormecida mediante seguidillas de rosarios y
mediante el ayuno y la penitencia que debilitan el cuerpo, abriendo paso así a
la sugestión e incluso a la sugestión hipnótica, lo que explicaría los estigmas
de algunos “santos”, por no llamarlos fanáticos. Han sido estudiados los
estigmas desde la ciencia, descubriéndose que en trance hipnótico el organismo
puede manifestar heridas si así se lo ordenan. Eso explica que los
estigmatizados manifiestan las mismas heridas que muestran las imágenes a las
cuales tienen acceso. Hay que destacar también que las jóvenes que han visto a
la Virgen María buscaban verla y conocerla, por lo que hay una intención
subconsciente y consciente de entrar en contacto con la Virgen, una
predisposición a la cual se abocaban. Esta hipótesis mía de la sugestión
hipnótica mediante ayuno, penitencia, oración o cualesquiera forma en desmedro
de la actividad consciente del neo córtex, es una hipótesis entre muchas. Para
otros, las apariciones pueden corresponder a síntomas aislados de sicosis
religiosa, o incluso a fraudes por parte de personas con rasgos histéricos de
personalidad.
La institución mariana ha inspirado varias congregaciones
católicas, los dogmas que hemos visto, e incluso novelas y poemas. Cientos de miles
de católicos en el mundo se postran ante Vírgenes morenas o rubias, modestas o
adornadas con gemas, flores, fotografías de personas salvadas por su intercesión,
chapitas con peticiones, sufrientes o infantiles, acunando al niño Jesús
campesinamente o en plena majestad como señora de las potestades celestiales; en
fin, hay para todos los gustos, similares racialmente a una amplia diversidad
de católicos, y más aún, amiga de sus feligreses. El problema es que la
virginidad de María, principalmente al estar embarazada, pese a ser
evidentemente inviable, es fundamento para los católicos de la divinidad de
Cristo. Eso por eso que la Iglesia (institución formada por varones) intentará
a toda costa, al igual que el pequeño Edipo descubriendo su sexualidad,
aferrarse a la única imagen femenina y maternal que permite la visión católica
de un Dios Padre completamente antropomorfo. Aunque María no exista, o en el
caso más optimista esté muerta ya, los católicos, al hacer de ella una
institución, ven en ella a una madre, ven en ella la virtud. Los católicos
podrán tener sexo con mujeres, con hombres, con prostitutas o con niños; podrán
robar, mentir o cualesquiera pecado que se considere, pero al postrarse ante la
imagen mariana y recitar el mantra del rosario, se sienten redimidos y
perdonados. Pues, ¿qué amor es tan incondicional como el amor de una madre?
Ciertamente el amor de Dios no lo es.
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